Veo a varios de mis amigos sufrir mucho con el tema de la Ley contra el acoso sexual callejero, aprobada hace unos días en el Congreso. Las razones son diversas, desde el genuino temor que tienen a ser arrestados por el simple y sano hecho de exaltar verbalmente los atributos físicos de alguna dama en las calles de Lima, hasta las muchas paradojas que encuentran en el contexto que encierra la emisión de dicha norma. Y es sobre este último punto que quiero explayarme en este escrito.
El sudor que desborda las frentes de mis amigos, al no entender dichas paradojas, no es gratis ni banal. De verdad la sufren tratando de comprender por qué, por ejemplo, a las mujeres no les gusta que alguien en la vía pública les diga cosas como: "oye mamacita, tengo la casa sola, para que hagamos travesuras y juguemos al papá y a la mamá, porque yo sé que tú quieres que yo a ti te agarre y te ponga contra la pared"; y, sin embargo, después, ellas mismas van y se ponen a perrear con cualquiera, sobándose —y dejándose sobar— el trasero con alguna bien dispuesta pelvis masculina, mientras a todo volumen suenan cosas como: "agárrala, pégala, azótala sin miedo que no hace naa mirala, mirala, si se ríe le gusta, yo le doy, tú le das, por delante y por detrás...".
—Estoy a favor de esa Ley... pero hay cosas que escapan a la lógica— dicen con tristeza.
Y es que, aparentemente, eso de ir por ahí pidiendo respeto al resto cuando uno "no se respeta a sí misma(o)" es una situación que, en el mejor de los casos, entra en el terreno de lo insondable, y en el peor, es la demostración de la hipocresía más pétrea. Así, bajo esas premisas, no cabe, pues, una Ley que prohíba y castigue el acoso sexual callejero, ya que las personas más afectadas por eso se la pasan exigiendo consideraciones y protecciones, a pesar de que, en realidad, les gusta la cochinada.
Nada más alejado de la verdad.
En realidad, tras esa lógica (aparentemente irrefutable) se esconde cualquiera de dos cosas (o las dos en conjunto): 1. machismo subnormal; 2. conservadurismo desfasado. Como imaginarán, yo me inclino más por la idea de que se trata de lo primero. El machista claramente no quiere permitir que su machismo sea visto como algo malo, menos aún que sea prohibido mediante una Ley; por eso, ha de buscar demostrar que lo que hace es algo normal, inofensivo y que, incluso, goza del apoyo y gusto de sus víctimas. Es decir, ¿cómo me vas a arrestar por piropear a la damisela, si bien que a ella le gusta? ¡No pues hermaniiiiiiito! Al ir en pos de ese objetivo, presentará argumentos tan errados como ese y, claro, los presentará como deducciones lógicas capaces de desbaratar los argumentos más sólidos de la legislación peruana.
Ok, quizá esté exagerando al llevar las cosas por el lado más maleado del asunto. A lo mejor aquellos amigos míos simplemente son las víctimas del deslumbramiento momentáneo causado por el "sentido común" de un meme, al grado que no les permite ver que, más allá de aparentes contrasentidos, lo que está en juego en el tema del acoso sexual callejero (seguimientos, palabras, tocamientos, miradas invasivas, etc.) es la libertad personal de sus víctimas. La libertad de tener que salir a caminar sin el temor constante de ser atacadas verbal y/o físicamente. La libertad de poder vestir —o no vestir— lo que quieran y de la forma que quieran. La libertad de movilizarse a donde quieran y por donde quieran. La libertad de no querer que cualquier extraño las aborde diciéndoles "¡asu mare, qué tal rabo, flaca!", así como la libertad de ir a una discoteca, bailar con quien quieran y como quieran, y permitirle, a quien quieran, decirle las cosas más cochinas y pervertidas del mundo. En fin, la libertad de decidir qué hacer con su sexualidad, dónde hacerlo, cómo hacerlo y con quien hacerlo. Así de simple es.
Entonces, amigo confundido, para que te quede más claro el panorama: tú no eres nadie, absolutamente nadie para decidir sobre la manera en la que alguien quiera usar y explotar su sexualidad. Si no entiendes por qué a ti te reprochan la frase mañosa y después se van bailar el serrucho como desquiciadas, si no comprendes por qué a unos les miran con mala cara cuando lanzan silbidos y a otros les sonríen cuando les posan una mano en la nalga en una velada de desenfreno, despreocúpate, no es tu problema, no es tu asunto, es lo que ellas quieren y cómo lo quieren... tú simplemente cumple con la Ley y no jodas.