viernes, 14 de septiembre de 2012

El Perú no es Valdelomar




Hace unos días fui a la presentación del primer número de la revista Buen Salvaje porque me enteré que a cada asistente le regalarían un ejemplar de la misma. Así es: sucumbí una vez más ante el irresistible y bien peruano llamado de lo “bueno, bonito y barato” y, una vez tenido entre manos el gratuito ejemplar, me dispuse a abandonar el local, pero por alguna razón –no sé si por mi irrefrenable gusto por el chisme o por genuino interés literario– decidí quedarme a chequear el desarrollo del acto.

Obviamente supuse que lo que vería no sería más que el pavoneo hipocritón de editores y escritores, los besitos fariseos típicos del ambientito intelectual limeño y las actitudes y comentarios pof-pof de los asistentes hipsters y artys desesperados por llamar la atención y ser tomados en cuenta, aunque sea por un ratito, en el exclusivo mundo de las letras peruanas… y bueno, vi todo eso y más, pero aquello no es el tema del que quiero tratar en este post.

Sucede que en cierto momento de la alocución –no sé si del director de la revista o de una de sus dos acompañantes (editora y diseñadora)– escuché que lo que buscaban con su publicación era llenar un vacío, ocupar un espacio desierto o recuperar un recinto abandonado por todos. Como imaginarán, no entendí ni mierda. ¿Qué rayos querían decir con frase de ese tipo aquellos chicocos de habla cantarina, pinta relax y ademanes de autosuficiencia? La respuesta –o el complemento de lo anterior– llegó con la siguiente declaración:

–Hoy en día nadie le presta atención realmente a la literatura y la prueba de ello es que nosotros somos la única revista realmente literaria que está en circulación ahorita en Lima.

Al toque fruncí el ceño pues, si bien no soy un gran consumidor de ese tipo de publicaciones, creía estar seguro de que, a lo menos en Lima, había más de una revista o pasquín literario en circulación. ¿O es que me estaba confundiendo con la innumerable cantidad de páginas web y blogs dedicados a la literatura que sí existen? ¿Acaso mi apego a la cibernética ya está empezando a hacerme perder el sentido de la realidad? Pues, señor, sea como sea, aquello era cierto y de veras que no existe en el país natal del premio Nobel de Literatura 2010 siquiera un mimo de revista literaria pasible de ser considerada respetable.

En fin, aquel dato me dejó pensando en algo de lo que me había enterado hacía unas semanas y, pronto, ambas cosas combinadas y procesadas hicieron que llegué a una sana pero infeliz conclusión: vivimos en una ciudad y en un país donde todos dicen preocuparse por las cosas que faltan por hacer o por las cosas que andan mal –dándole a uno la sensación de pertenecer a una cultura de afán por el producir y de deseo por el constante mejorar– pero en donde, a la vez, basta simplemente con echar una ojeada alrededor para darse cuenta de que la cruel realidad es que todas esas preocupaciones se quedan en eso y nada más, nunca hacemos nada ni mejoramos nada, nunca (o casi nunca) somos capaces de hacer que nuestras ansiedades y agobios encuentren efectivo alivio y consuelo. De modo que una de dos: o nos intranquilizan cosas imposibles o la indignación es nuestro propósito máximo… Y vaya que esta realidad está especialmente encaprichada con la literatura.

¿Juaaaaaaaaaaat?

Verán, de lo que me enteré hacía unas semanas es de un ejemplo de aquella preocupación intrascendente que mencioné líneas arriba. Los cibernautas peruanos (muy preocupados e intranquilos, por supuesto) reclamaban a letra en puño, y con yemas de dedos sangrantes, por un nuevo atentado contra la cultura literaria peruana: el Palais Concert, monumento históricode Lima que fuera punto de encuentro de destacados intelectuales a principiosdel siglo pasado, sería convertido dentro de poco en un centro comercial –ulteriormente a ser usado por muchos años como discoteca–. Varios blogs y páginas de Facebook dedicadas a las letras iniciaron e hicieron eco de una campaña de alerta para evitar tamaño sacrilegio apelando al sentido de conservación de reliquias de los peruanos. Frases como “Salvemos la cultura”, “Aquí reinó Valdelomar”, “El Perú es Lima, Lima es el Jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es…” se repitieron hasta el empacho con el objetivo de generar en los peruanos la conciencia de que “debíamos hacer algo al respecto”. Todo ello, claro está, olvidando que ni cagando podríamos “hacer algo” para evitar que aquel inveterado local sea transformado en un sitio de compra y venta, habida cuenta que ya está vendido a una empresa que lo convertirá en tal, y que, bueno pues muchachos, no podemos ser tan hipócritas de venir a rasgarnos las vestiduras ahora si no lo hicimos durante los más de ochenta años en los que aquel sitio dejó de ser “el centro de la cultura limeña” y, más aún, si no lo hicimos durante las décadas en las que el susodicho lugar había sido convertido en una caverna maloliente de sudoración amazacotada donde iban a bailar, emborracharse y fornicar jóvenes limeñísimos tan capaces de indignarse como el resto y tan poco conocedores de que el suelo que pisaban santo era. En conclusión: furias e irritaciones bienintencionadas hasta el culo y por las huevas.

Ahora bien, si volvemos al dato que soltaron los de Buen Salvaje y lo aplicamos al contexto que acabo de referir tendremos al frente el lienzo completo que muestra una historia triste de la realidad literaria peruana moderna: efectivamente hay harta preocupación e interés por su bienestar,  pero preocupación e interés que carecen de trasfondo o, lo que es peor, capaces de provocar una engañosa sensación de confianza en que todo está bien, que vamos camino a ser el país más literario del mundo y que no hay por qué hacer nada más pues ya hay un montón de gente que está haciendo algo. Así, nos encontraremos con realidades tan absurdas como la de los cibernautas preocupados por la desaparición de un viejo bar en el que chupó, hueveó y se panudeó Abraham Valdelomar, antes que preocuparse por cosas que realmente importan, antes que ponerse manos a la obra y abrir ellos mismos nuevos espacios para la literatura o antes que, por lo menos, hacerle más propaganda a la obra del Conde de Lemos antes que a su huarique, antes que a su famosa fracesilla narcisista. Pero ¿espacios para la literatura? Peros si hay varios, si existe La Casa de la Literatura, por ejemplo, además he visto en Facebook una campaña para salvar el Palais Concert (y estoy apoyándola dándole like), ¿para qué más?, todo está bien. ¿Revistas literarias? Pero si hay un montón circulando por ahí, al menos eso he oído, al menos eso supuse cuando me enteré de un proyecto que estaban haciendo unos amigos. ¿Leer más? Sí, claro, he escuchado que estamos mal en eso, fácil que apoyaré la promoción de la lectura poniendo comentarios indignados, reclamando más libros y menos tele (¿que cuantos libros he leído?, bueno, esteeee, yo, ehhh…).

De modo que para finalizar este post, sólo me queda decir que qué bueno que Buen Salvaje esté en las calles, carajo. Digo, es por lo menos un proyecto que se hace realidad, un hecho palpable que superó las barreras de las puras ideas, los buenos deseos y el florazo del “hay que hacer algo”. No sé si a alguno le interese pero realmente recomiendo leerla. Hay harta información sobre nuevas publicaciones y una buena porción de textos originales de varios autores pajas. Ah, y ya queda en manos del resto de nosotros no permitir que siga sin tener competencia.

viernes, 7 de septiembre de 2012

El arte conceptual llamado fútbol peruano.



Ahhhh, el fútbol… deporte de masas practicado por todos y sólo generoso con pocos. Un arte físico que cautiva, emociona, desvive y gratifica. Un resumen de la vida y de la existencia que, además, también molesta, abochorna, entristece y frustra. Ninguna actividad más ideal para experimentar o atestiguar cosas como la buena camaradería, los altibajos de la colaboración, la capacidad de liderazgo, la histeria del triunfo o la hiel maldita de la derrota.

Borges decía "El fútbol es popular porque la estupidez es popular". Para Borges el fútbol es feo estéticamente. "Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos"... "Bueno, es que Borges no podía jugar fútbol pe, causa", le respondí yo a mi pata, hace varios años atrás, cuando me contaba la aversión que el escritor argentino tenía por el deporte rey.

Claro que eso lo decía desde mi perspectiva de jugador amateur de fulbito, mucho antes de comprender lo que Borges, desde su silla, ya había entendido y lo que realmente quería decir. No imaginaba en aquel tiempo que, algunos años después, iba a sentarme a escribir un post no tanto contra el fútbol, sino, más bien, contra el fútbol mediocre... más específicamente: contra el fútbol peruano.

Y es que del fútbol se piensa, se habla y se escribe mucho porque lo amamos, porque, simplemente, hemos decidido erigirlo como nuestro máximo dogma de fe sin importar cuestiones vanas como el sexo, la raza o –vaya ironía– la religión. Y aunque no soy bueno para estas cuestiones de transponer mis ideas revueltas al documento escrito, creo que queda claro que estoy hablando de una de las máximas expresiones de nuestra especie, de una de aquellas cosas que, objetivamente,  definen nuestra humanidad.

De entre lo feo y lo bonito que tiene el fútbol, importa realmente, de manera consensuada,  aquello de lo que carece más, aquello de lo que tiene menos: lo bonito. Por ejemplo, casi nadie deja que el mal desempeño o el nulo talento de muchos (de la gran mayoría) apague la devoción masiva que existe por el deporte rey y, más bien, casi todos persistimos en obviar lo feo, lo antiestético, lo desagradable y lo burdo del mismo; casi de la misma manera en que gustamos de apreciar y de apasionarnos por un buen culo olvidando que del mismo sale caca.

Esta mala costumbre se comprende y se entiende medianamente en aquellos lugares donde, a pesar de lo exiguo de su preciosismo, al fútbol por lo menos le alcanza para poder mostrarse como algo tolerable (se me ocurre mencionar aquí a México y a Argentina, por ejemplo –y, ojo, es la opinión de un lego en la materia–). Y, más aún, ese nocivo hábito es totalmente disculpable en los sitios donde las palabras belleza y lindura pueden tomarse como sinónimos de la palabra fútbol (Brasil, España, Inglaterra). Y sí: la obviedad de un lugar llamado Perú en este último párrafo es a propósito.

En nuestro país es inconcebible lo anteriormente señalado. Aquí, el balance justo o parcializado de lo bonito y lo feo en el fútbol simplemente no existe. Aquí el fútbol parece empeñado en convertirse en una muestra de arte conceptual hecho con el vómito de un borracho que cenó frijoles con chanfainita. Aquí ese deporte no alcanza siquiera para hacer llevadera la calamitosa práctica del gusto por la basura. Es tan feo nuestro fútbol que podríamos decir que somos el país al que ni siquiera le es dable tener aquella mínima excusa con la que cuentan países como México y Argentina para agitarse en los estadios. Es como si las circunstancias hubieran encontrado en este lugar las condiciones adecuadas para la negación de una de las mejores definiciones de humanidad, como si algún bromista se hubiera empeñado en dejar cerrada la llave del flujo de talento en las piernas de los cholos desde hace más de treinta años.

Por eso es imperioso que, a pocas horas de que se produzca uno más de los deplorables y lamentosos partidosde la selección peruana, alguien levante el dedo y con cara arrugada diga lo que todos parecen querer ignorar: en el Perú no se juega algo de buen fútbol, no se van a ganar partidos importantes, no iremos al mundial 2014 y todos los hinchas van a seguir sufriendo nuevas y peores decepciones por muuuuucho más tiempo.

¿Que es fácil hacer el papel de aguafiestas? Sí. Y no sólo es fácil, es también muy divertido. Tan divertido como burlarse de un loquito que espera con ansias que un cerdo vuele, o como ser testigo de la idiotez de un país entero que siente afición por lo dañino, o como suspirar de lástima por lo absurdo de la fe de quienes creen en lo inexistente.

Así que, amigo lector, compañero aficionado, sufriente paisano melancólico de glorias futboleras pasadas: ¿por qué mejor esta noche no haces algo más productivo y saludable? ¿Por qué mejor no dejas la oficina y sales a disfrutar de las pistas sin tráfico, de una buena Cusqueña en un bar, de un concierto gratuito en un centro cultural o de una cena familiar viendo programas chistosos que no dicen nada (bueno, esto último puede ser fácilmente cambiado por algo mejor, por si acaso)? Olvídate de la rojiblanca que, seguramente, otra vez será manchada con lágrimas de pena después del partido. Ya no pienses más en los cuatro fantásticos o los cuatro fantoches. Cuídate y cuida a los tuyos. Ya es suficiente con tener un sistema de salud hasta las patas como para aumentar más los casos de depresión en plena huelga de médicos. Si esta noche quieres fútbol, mejor sal a la canchita del barrio y échate un partido con tus patas. Créeme, eso es mil veces mejor que estar sentados viendo un partido hasta las huevas y ensanchando la panza chelera. Te lo digo por propia experiencia.