viernes, 28 de octubre de 2011

Dulces adicciones peruanas: Laura Bozzo y el caso Ciro Castillo


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Desde hace algunos años los peruanos nos regodeamos con la idea de que un personaje tan despreciable, tan brujesco y, sobre todo, tan buitresco como Laura Bozzo ya no esté entre nosotros; que ya no la veamos en medio de nuestros almuerzos o que ya no la consumamos como previa a una salida de sábado por la noche.  Nos felicitamos por ya no tener que asistir al lamentable espectáculo diario de la miseria convertida en show, vendida como pan caliente y reciclada como tema de interés conversacional. Es más, repetimos con orgullo que es un triunfo de la cultura peruana el haberla desterrado como una vieja pendenciera que sólo nos hacía quedar a los peruanos como una tira de desdentados ante el mundo.

Obviamente que cuando hacemos esos ejercicios, nunca nos atrevemos a confesar que en algún momento de la carrera televisiva de la Bozzo –sobre todo durante el periodo de cúspide de su éxito en Perú– nos quedamos embobados frente al televisor mirando alguno de sus programas, atrapados por la trama de alguna de sus historias de desdicha o riendo a jeta partida por la gracia que nos causaba el nivel de humillación al que algunos peruanos podían llegar por la necesidad de obtener unos veinte soles con los cuales parar la olla familiar de un día. No, claro que no. Eso sería como aceptar que formábamos parte de toda esa porquería. Eso sería como autoinculparnos del delito de complicidad en la comisión de un crimen y, ¿quién sabe?, incluso sería como excusar a la señorita Laura con el argumento de que hizo lo que hizo porque nosotros le pedíamos que hiciera lo que queríamos… lo que nos gustaba.

Así pues, preferimos sentar nuestros enormes culos en la silla más cómoda y, desde allí, soltar toda suerte de críticas aleccionadoras, cualquier cantidad de sentencias moralizadoras y un montón de propuestas edificantes para la buena salud de nuestros amados medios de comunicación nacional; intentando olvidar así el triste y, creo yo, principal papel que ejecutamos en el desarrollo de aquel drama titulado “Televisión basura”. Así pues, nos juramos y re-juramos que aquellos tiempos ya pasaron, que aquella época ya murió y que nosotros ahora somos una sociedad que ha madurado lo suficiente como para no volver a permitir que un cáncer como ese vuelva a invadir nuestro seno. ¿Así, no? Pues, qué pena peruanito, compatriota mío; tengo muy malas noticias qué darte.


2


Hace algunos meses atrás un par de enamoraditos irresponsables (como casi todos los enamoraditos universitarios y veinteañeros) se lanzaron a una aventura por el Colca sin conocer bien la zona, sin tener un mínimo de preparación para ese tipo de peripecias y, obvio, a espaldas de sus padres. Luego de unos días de andar por aquí y por allá haciendo “trabajo de campo”, los mocosos se perdieron (como es usual que suceda en esa zona con turistas que se la dan de muy autosuficientes). La muchacha se descompuso y el muchacho avanzó unos pasos para chequear el panorama y ver cómo le hacían para ubicarse o ser salvados. Nunca regresó. La muchacha, entonces, decidió volver sobre sus pasos según lo que se acordaba y al cabo de nueve días fue encontrada. Cuando le preguntaron por el chico, ella simplemente dijo –en un primer momento– lo que su trauma le permitía recordar y, posteriormente, lo que realmente sabía del asunto. Nada raro, nada extraño. Dos turistas perdidos, uno encontrado y el otro aún extraviado (probablemente ya fallecido). Algo a lo que los lugareños están sumamente acostumbrados y lo que los especialistas siempre prevén y avisan, dada la enorme experiencia registrada.

Sin embargo, eso mismo que toda persona con un poco de sentido común debiera deducir al instante, desapareció para dar paso a algo raro, algo curioso y caprichoso. De pronto aparecieron las primeras sospechas, algunas suposiciones, variadas conjeturas. Alguien mostró su desconfianza, muchos manifestaron suspicacias, tal vez, por ahí, no sé si tú o yo, soltamos ciertos prejuicios y malicias. Y, claro, ante esas voces, hubo oídos que prestaban atención. Hubo radares que identificaron las señales claras del público que ardía por respuestas espectaculares, dramáticas y épicas. Quedó claro, entonces, que poco importaba la lógica y el razonamiento lúcido frente al deseo casi junkie de la audiencia peruana por una historia con trama cercana a la de una telenovela mexica producida por Televisa. Así pues, la muchacha sobreviviente se volvió, repentinamente en la cuestionada aventurera “que regresó abandonando a su pareja en un lugar inhóspito o, quizá, asesinándolo”.

En ese punto, había llegado la hora de chambear duro y parejo para darle a la gente lo que pedía a gritos. No por una cuestión de profesionalismo o ética, no. Ese arduo trabajo se debía simple y llanamente al billete, a la plata, a los cobres. Si los lectores querían un culebrón, pues había que ingeniárselas para darles un culebrón. Si los televidentes buscaban una historia extraordinaria, un misterio intrincado o una tragedia dolorosa, pues había que fajarse y rebanarse los sesos para acomodar toda aquella situación en los moldes respectivos. ¿Y cómo se hacía eso, ah? ¿Qué manual había que consultar para lograr tan magnánimo cometido? Fue entonces cuando hizo su aparición, nuevamente y sin que nadie se diera cuenta, el fantasma de nuestra siempre despreciada –pero constantemente tomada en cuenta– Laura Bozzo, con un come back espectacular.



3


El primer paso era simple: inventar buenos títulos (o titulares) para la historia. A la usanza de los talk shows de la Bozzo. Debían ser encabezados que engancharan con el interés y el gusto del mayor número de ciudadanos. Así, el día 13 de abril de 2011, el decano de la prensa amarillista de Perú, el diario El Trome, tituló el inicio de la novela como: “Volveré por ti, amor”, haciendo alusión al rescate de la muchacha y a la necesidad de encontrar a su aún perdido enamorado. Luego el tono fue subiendo poco a poco hasta casi alcanzar niveles de paroxismo, incluso insinuando, en los últimos capítulos, que la muchacha no era más que la asesina de su propio compañero de aventuras: “Se cayó por buscar a Rosario”, “Pesadilla”, “Sí, tuve pelea con Ciro”, “Es fría y fantasiosa”, “Madre llora por hijo”, “Creen que mataron a Ciro”, “Rosario huye”, “Habla si mataste a mi hijo”, “La llevarán a la fuerza”, “Rosario, ¿dónde está Ciro?”. Primer paso, check!



El segundo paso era hacer que los personajes hablen. Jalarles la lengua, como se dice en el lenguaje popular. Hacer que nos cuenten lo que pasó, lo que pasa, lo que le hicieron o lo que le hacen; para así tener un “testimonio de primera mano”, una “fuente directa”. Algo parecido a lo que hacía una vieja esquelética con papelito en mano hace unos años aquí en el Perú,  es decir: una pequeña introducción sobre un caso ante a un grupo de expectantes chismosos, explicando someramente de qué va el asunto y, finalmente, gritando a todo pulmón su ya famosa frase de “¡Que pase la desgraciada!”. Una muchacha aparecerá, entonces, entre aplausos hipócritas (y, en el peor de los casos, entre abucheos furibundos), tomará su lugar, mirará directamente a su interrogadora y esperará el primer petardo. Las preguntas, por supuesto, no darán lugar a la clemencia. Serán duras y severas, así como ambiguas y pendencieras; buscando siempre la respuesta altisonante para después acusarlas de violentas, concisas para después desbaratarlas como sea, dubitativas para reprocharlas con malicia y coléricas para escarnecerlas frente a todos. Este es el paso que tomaron muy en cuenta los programas noticiosos de los domingos por la noche. El primero de ellos –y el más cuestionado–, Punto Final, con su conductor Nicolás Lucar, por ejemplo. Ellos fueron los primeros en lograr hacerle una entrevista a la muchacha semanas después de su rescate. En aquella la mostraron como una mujer que, definitivamente, ocultaba algo. Se fijaron en la forma de su mirar, en el modo de mover sus labios, en las ojeadas rápidas que le daba a sus padres antes de responder una pregunta, en lo entrecortado de su hablar cuando mencionaba al muchacho, en su desesperación por hablar de su hijo y hasta en las modulaciones de su voz cada que respondía. Todo eso servía después como material de análisis de ¿especialistas?, ¿profesionales?, ¿expertos peritos?, no: para advenedizos “lectores” de los gestos, para bufones psíquicos que “adivinaban” las reales intenciones de la muchacha, para latosos conductores de programas de las once de la noche que “opinaban” sobre el significado de este penoso caso.



 Es decir, una copia fiel de las esperadas rondas de “opiniones” del público en el set de televisión donde se grababa el talk show de Laura Bozzo. La manipulación grosera de las palabras y de las circunstancias para dar pie a esa despreciable costumbre que tenemos los peruanos de atacar en mancha, de linchar en grupo y de ser, en el proceso, lo más anónimos posibles. Segundo paso: check!

El tercer paso consistía en meter la mayor cantidad de imágenes en la cabeza de la gente (porque ellos lo pedían, claro). Por eso es que nuestra entrañable compatriota, ahora desterrada en México, fue bastante evocada durante los últimos seis meses en el Perú, ya que fue ella quien nos enseñó los secretos y la importancia de las de imágenes en la labor de mantener a un público cautivo. Recordemos, sino, sus famosas “cámaras escondidas”, sus originales “seguimientos”, sus muy sesudas “investigaciones” y sus chocantes “pruebas gráficas” usadas para corroborar, sospechar, confirmar o desmentir las versiones de sus panelistas. Sino que lo digan programas como Panorama con su antológico reportaje en el que la cronista se mandó a “cubrir” la ruta de los amantes y, sobre todo, a “vivir en carne propia” la experiencia de la muchacha para así poder “corroborar” si es que, efectivamente, le había sido posible sobrevivir y para “comprobar” si, realmente, estaba diciendo la verdad. O tal vez diarios como La República que, zurrándose en su fama de imparcialidad y objetividad, no dudó en publicar en primera plana, el cadáver chorreado y momificado del muchacho una vez que fue encontrado, Y, claro, ¿cómo no hacerlo si “una imagen vale más que mil palabras”, si “cualquier cosa es válida con tal de llegar a la verdad”? Bullshit! Nada de eso fue hecho por esas razones. Todo fue nada más que la aplicación cabal de un manual conocido desde la década de los noventas a pedido expreso de los consumidores (o sea nosotros). Tercer paso: check!



Y la cereza que adorna el pastel, el broche de oro que hermosea esta prenda es aquel viejo recurso de la manipulación de sentimientos rayana en la huachafería. Y, como ya imaginarán, al puro estilo de la muchacha del ayer que inspira estas líneas. Porque, hemos de saber que acciones como el llanto frente a cámaras, confesiones en tono grave, musiquita triste de fondo y pedidos de cualquier cosa con rostro compungido, no son algo nuevo en nuestros medios de comunicación. Ya la tía Manson nos llenaba de todo eso, allá por sus tiempos de gloria. Ya ella nos aleccionaba en el arte de sentir pena fútil por el prójimo caído o, incluso, por el enemigo arrepentido luego de haber sido víctima de la paliza que entre todos le dimos. De modo que las imágenes de la mamá del muchacho perdido y accidentado en el Colca, que habla lento y llora frente a cámaras por el hijo ido (ayudada por las dulces palabras de los periodistas, claro), o el reportaje que Panorama transmitió el 04 de setiembre, en el que se muestra un video casero de la familia del muchacho, con imágenes conmovedoras de cuando todo era felicidad, junto a un texto lacrimógeno del reportero, ya no deberían sorprendernos. Primero porque, como señalé antes, no son algo nuevo y, segundo, porque nosotros mismos queremos y buscamos todo eso.

4

Así es querido compatriota, amigo lector. Tú que ahora te quejas por el mal trabajo que hizo la prensa con este caso, tú que ahora te golpeas el pecho y exiges más respeto hacia el dolor ajeno, tú que ahora mueves la cabeza cuando ves que el diario Perú21 aún persiste en su campaña de sacar titulares cojudos, tú, sí, tú… tú te lo buscaste, ¿sabes por qué?, porque en el fondo todo esto te gusta, es tu placer culposo, es tu naturaleza. Puede ser que en público seas lo suficientemente hipócrita como para negarlo, pero en tu fuero interno sabes que tengo razón. Sabes que todo ese rollo de “¡ay, la prensa basura, pof, pof!”, es sólo un mecanismo de ocultamiento y de negación ante la evidencia de que eres un bellaco que disfruta de la carroña, de la putrefacción y de la pestilencia que acarrea la tragedia ajena. Porque, ¿sabes?, esos periódicos no tendrían esos titulares si es que no los comprarías compulsivamente cada vez que los ponen, esos pasquines no tendrían esas fotos si es que no los consumirías cada vez que te despiertan el morbo, esos canales no darían cabida a programas sensacionalistas si es que no te quedarías absorto mirándolos, dándoles altos índices de rating y esos periodistas no harían un trabajo tan poco riguroso, tan poco honesto y tan poco ético, si es que a ti no te gustaría el periodismo basura y si es que no te agradaría tanto revolcarte en el lodo de la peliculina, al igual que años atrás, cuando disfrutabas con deleite de la abogada de los pobres, porque, ¿sabes también que jamás hubiese existido en la televisión peruana un personaje tan desagradable como Laura Bozzo si que no hubiese tenido televidentes, si es que nunca hubiese llegado a tener 60 puntos de rating, si es que a ti no te hubiese gustado como te ha gustado tanto el caso de los dos muchachos que se fueron de aventuras por el Colca y terminaron uno muerto y la otra traumada de por vida, verdad?.. Felicitaciones, compatriota, otra vez tuviste lo que querías.


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[Material extra: ayer jueves 27 de octubre, luego de tener casi listo este artículo, me pregunté qué pasaría si es que justo en el día cumbre de esta historia -el velorio masivo del muchacho accidentado en el Colca- alguien jugaba a hacerla de prensa basura, es decir, si hacía lo mismo que los medios han estado haciendo durante todo el tiempo que duró este caso, pero de forma más honesta y no ocultándose bajo el manto de "en realidad somos buenitos y sólo nos dedicamos a informar". Así que puse en mi cuenta de facebook una foto retocada de la parejita (sacada de un artículo de Cero Contenido, el blog más conchesumare que he leído hasta ahora), en la que el muchacho sale como un zombie peruano listo para celebrar halloween. ¿Cómo reaccionaría toda esa gente que había estado consumiendo de esta historia ante una torcedura extraña de la tuerca?... Bueno, este fue el resultado:



Hubieron más comentarios inbox que, supongo no debo mostrar porque por algo me lo enviaron de modo privado y, el día de hoy, aparecieron más comentarios, pero ya no tuve tiempo de agregarlos a este gráfico. Y bueno pues, me parece súper interesante lo que paso: primero que, como era de esperarse, la mayoría se espantó y escandalizó, reprobaron con dureza la foto y creo que si me hubieran tenido al frente me tiraban un cocacho; y, segundo, el único comentario realmente acertado fue el de una amiga que conocí hace años en Luoisiana. Ella, como es obvio, no estaba enterada del tema en absoluto por lo que su mente, libre de toda influencia informativa, sólo la llevó a decir: "Ella se ve taaaaan feliz de estar con un zombie guapo", a lo que yo le agregué: "Amanda, pon la cara del pueblo peruano en la cara de esa chica y tu comentario estará completo (quise decir 'certero', pero no me acordaba de la palabra en ese momento)". Y sí pues, siendo casi las diez de la noche del viernes 28 de octubre, el pueblo peruano hasta ahora parece estar muy feliz con su muerto exquisito].