martes, 18 de enero de 2011

Carta tardía a un amigo que se quedó joven.

En este día en el que celebran todos los nacimientos y fundaciones varias. En esta estación de calor y color brutales, en la que me gusta salir, correr, tomar, comer, nadar y quemar. En esta ciudad cada día más ensordecedora y desordenadora, de calles angostas y copadas, orinadas y cagadas, limpiadas y basureadas que atestiguan cada noche nuestro vampirismo juerguero. En este pueblo agigantado sin techo, tan oscuro por días y tan luminoso en los odios, tan tenebroso en la vida y tan radiante en los anhelos. En este día de todas las sangres y en esta Lima que hoy ha nacido, muero contigo querido amigo.

Te doy la mano como no lo hice cuando te fuiste y como debí hacerlo cuando aún estabas, porque algo me dice que no te vi lo suficiente y que no te conocí como era necesario, ya que nuestra vida rápida y vertiginosa, nuestra poca edad y nuestro poco interés por lo que viene nos jugaron una mala pasada, nos hicieron errar el camino. Hace una docena de meses el vértigo por correr, por soñar, por ir y viajar nos nublaron la vista en el entender de que no somos eternos y que no nos tendremos para siempre. Nos hicieron creer que el futuro es muy lejano y que los mañanas serán suficientes para poder disfrutarnos. Perdóname, querido amigo, por haberlo creído. Sorry porque -a pesar de haber compartido penas comunes- no se me ocurrió decirte ese día "te has de cuidar, mi querido Poste", y más aún, porque no se me ocurrió estar a tu lado en aquella fecha, ¿quien sabe?, tal vez siquiera para decirte adiós.

Para escribirte estas líneas he buscado entre olvidos aquella serena, pero siempre jocosa, charla que tuviéramos horas antes de tu partida, en la que, quizá intuyendo un poco que era el último que tendríamos, me invitaste a tomarnos un buen trago esa noche para celebrar (o llorar) lo que sea. Rebuznando quejas tuve que declinar, pero me quedó la sensación de estar faltando a una gran chupeta, como aquellas a las que siempre me invitabas y esas a las que ya estabas acostumbrado. En realidad hasta hoy me queda la sensación de deuda pendiente de pago aquella noche, aquel trago y aquel despido. Te la debo, mi estimado, quien sabe hasta cuando o bajo qué condiciones. Te prometo que, si lo que dicen los religiosos es cierto, en la otra vida te escribiré nuevamente algún comentario cáustico con una invitación al final, pero esta vez para encontrarnos a beber un anisado colombiano, en medio de selvas y casitas blancas, con el constante peligro de sufrir algún atentado, tal como lo hiciéramos hace muchos años cuando nos conocimos.

Al escribirte estos párrafos tengo también la impresión de que nunca más quiero escribirle una carta similar a ninguno de mis amigos. Que prefiero que todos vivan miles de años hasta que por fin el entendimiento humano sea capaz de concebir y crear el modo de hacer eterno el existir terrenal, o que prefiero morirme yo primero antes que ser nuevamente un doliente más por partidas tan dolorosas como la tuya. Soy muy marica para afrontar este tipo de cosas. Como marica he sido cuando tuve que ir a tu sepelio, y no fui, cuando tuve que ir a tu entierro, y no fui, cuando tengo que ir a la reunión en tu recuerdo, y no voy. Porque, la verdad estimado compadre, prefiero recordarte vivo, lleno de energía, alto, robusto, buen mozo, noble y con esa mirada tan triste y solitaria que era capaz de arrancarle nostalgias a una piedra. Yo creo que así he de recordarte siempre, como buena materialización de aquel adagio que, en tono de humor negro, siempre nos gustaba repetir cuando brindábamos: "la verdadera fuente de la juventud, es la muerte de joven".

Supongo que no ha de estar muy lejana la fecha en la que pruebe de tu mismo bocado, dados mis nada alentadores antecedentes, esos mismos que fueron los tuyos y que son los de otros que conocemos. No sé cómo reaccionar ante esa intuición, especialmente desde que sé que más allá no existe nada (como digo, salvo que los religiosos tengan razón, lo que sería muy, muy raro). De modo que, supongo, sólo me quedan dos cosas por hacer: seguirme rebelando contra mis certezas, como ahora que te escribo esta carta aún sabiendo que nunca la leerás; y continuar viviendo como lo hiciste tú, con la plena convicción de que algún día moriré y aprendiendo más de la vida, con el total convencimiento de que soy inmortal.

jueves, 6 de enero de 2011

¡Sigue brillando, Diamante Loco!

Roger Waters dijo una vez que hay cosas de las que, las personas, nunca podemos reponernos. Lo dijo durante una conferencia de prensa como única y concluyente respuesta a la pregunta que le hacían sobre Syd Barrett, el fundador y primer líder de Pink Floyd, El Diamante Loco, como le llamaría el mismo Waters.

En lo personal, pienso que esa es la mejor respuesta que Waters ha dado en toda su vida acerca de Syd. Creo que es la síntesis honesta de todo lo que ha significado para él aquel muchacho flacucho de Cambridge, quien -como él mismo- había perdido a su padre cuando era casi un niño y quien le enseñaría los primeros secretos de la creatividad musical y del éxito comercial.

Siempre he sentido una atracción especial por la figura de Syd Barrett. Su estilo de tocar, de cantar, de hablar y, sobre todo, su estilo de escribir, me han cautivado constantemente. Si no sonaría huachafazo, diría que es mi fuente de inspiración al momento de perpetrar los bodrios que compongo (aunque con ellos, tal vez, le esté faltando el respeto). Y supongo que así será siempre, quedando el buen Roger en un inevitable segundo lugar (a pesar de ser el autor de las canciones que más me importan en la vida, como Time, Wish you were here, Have a cigar, Shine on you crazy diamond y todo el Animals, casi todas ellas inspiradas -qué ironía- en Syd Barrett).

Hoy es 06 de enero de 2011 y, si El Diamante Loco estaría aún vivo, cumpliría 65 años de edad. Por esta fecha tan especial es que quise escribir estas cortas líneas en su honor. Y la hago corta porque, la verdad, prefiero rendirle tributo haciendo música (aunque sea música hasta las huevas) que escribiendo lo que todo el mundo escribirá hoy día.

¡Salud, maestro!