martes, 6 de septiembre de 2011

Protestar es re-fashion...

Hace algunas semanas salimos mi pata, su novia, mi novia y yo a tomarnos unos tragos. Nada raro. De lo más común y corriente. Conversaciones van, datos llegan, chismes se lanzan, risas se sueltan, serums por aquí, medicina por allá, psicología al costado, del periodismo al derecho, de Paucartambo a Snowshoe y de ahí a Hawaii pasando por Comas hasta San Borja y La Molina... Como dije, nada de especial, una chupeta de parejas normalaza, como las miles que hay. El trago llegó y el trago se fue, estábamos sanazos aún y probablemente así nos quedaríamos si es que no seguíamos tomando. Sí, pero, ¿aquí? Está paja el lugar y todo, pero las chicas quieren tonear. Vamos a un lugar más movido. Vao pe... Todo tan común, tan normal, tan nice, tan paja. Y nos fuimos.

Ya ingresados en un local más movido, las cóleras empezaron cuando nos dimos cuenta de que no había mesas suficientes para nosotros. Puta madre, qué joda. Ni modo, hay que esperar a que una mesa se desocupe, especialmente esa que tiene a veinte personas y una sola botella de chela. ¡Aj, qué misios! Sí pues. Ni modo. A esperar. Ni siquiera podíamos conversar bien durante la espera dado el horroroso ruido que hacía una bandita de covers de rock comercial de los 80's. ¿Se imaginan eso?: rock comercial ochentero -el peor de la historia del rock- tocado por unos cuatro chibolos que a las justas tenían oído para mantener el equilibrio. El tormento total. Podría aceptarlo de una banda de punk, total, el punk nació gracias a la frustración de quienes no tenían el talento suficiente como para hacer buena música, por lo que siempre sonó mal y por lo que siempre debe sonar mal. Qué digo mal, malísimo. ¿Pero escuchar a un pésimo grupo tacar canciones que se suponen agradables o, por lo menos, tolerables? ¡Oigan, cabrones!, ¿por qué chucha nos faltan el respeto con esta barahúnda?, mejor sintonicen radio Oxigeno 102.1 fm., y estaremos más a gusto, carajo. De pronto, un hecho maravilloso nos dibujó una sonrisa al ver que las veinte personas que estaban sentadas alrededor de una sola botella de chela se levantaban porque ya no podían comprar otra y seguir manteniendo su privilegio de tener un asiento en medio de ese tumulto apachurrante de cristianos sufrientes por la estridencia de la porquería de banda que seguía sonando. Asiento, cariño. Gracias, mi amor. De nada, preciosa.

Ya, ni modo, caballero nomás, hay que regirla a ver cual de los dos galanes se abre paso entre la multitud para conseguir unas cuatro chilindrinas. Puta, anda tú ésta y la siguiente voy yo. No, no, pero... Chesss, el maldito de mi pata me convenció y, a duras penas, tuve que avanzar, empujado cuerpos, esquivando movimientos bruscos, tal vez ganándome algunas miradas de indignación al pasar por detrás de algunas féminas. No te preocupes, mamita, jamás le metería mano a alguien tan fea, ni de casualidad... bueno, es decir, ya no tengo esas malas costumbres. Una vez llegado a la barra, analicé un poco la cara del que atendía. Me parecía conocida. A ver, a ver: ¿fotocopiadora?, ¿universidad?, ¿barrio? ¡Bah!, qué chucha. Compadre, dame unas cuatro Cusqueñas bien heladitas. ¡Uy, causa!, sólo me queda una. Te completo con tres Pilsen, habla. Puta madre, ya pues, qué más da. Y otra vez la penuria, el padecimiento, el sufrimiento de tener que abrirme paso entre el gentío del lugar. Otra vez empujones, forcejeos, miradas de indignación y algunas gotas de preciada chela al suelo por una que otra falta de pericia en las artes del buen escabullirse, hasta que ¡listo!, aquí está la tuya, aquí está la tuya, ésta es para ti, mi amor, y ésta es la mía. Aguanta tu coche, aguanta tu coche, ¿por qué tú tienes una deliciosa Cusqueña y nosotros una vulgar Pilsen? Pucha, mejor ni preguntes, causa, porque estoy muy cansando para explicarte el motivo por el que soy yo -y no ustedes- quien se merece chupar una exquisita Cusqueña al seco, ¡salud!

¡Ay, Dios mío!, en este lugar no se puede conversar absolutamente nada. Se quejó la novia de mi pata. ¡Malazo!, le respondió la mía. No sé qué diablos pensaría mi causa, pero yo -reflexionando para mis adentros- pensaba que, si a dos chicas acostumbradas a ese tipo de música, que conocen bien esas canciones, no les gusta el ruido sin son ni ton que emitía esa bandita, entonces sí que debían de ser malos músicos y no sólo las víctimas de mi mala leche. Afortunadamente nosotros nos encontrábamos ubicados en el balcón del local y no en la parte interior, donde aquellos muchachos jugaban a ser los rockstars. La imagen de la Plaza San Martín desde allí era pajaza, las luces colocadas en rincones estratégicos, la falta de mucho desorden, la sensación (ilusoria tal vez) de seguridad y la bulla de un sábado por la noche, hacían de ese un espectáculo digno de verse; y así parece que pensábamos los cuatro en esos instantes mientras que, casi al mismo tiempo, chocábamos los picos de nuestras botellas en nuestros labios y nos complacíamos con alucinar que estábamos no en Lima, sino en alguna vieja ciudad Europea. Quemadazos. ¡Hasta que por fin, carajo! Sí, ya era hora. ¿Quién se atreve a ir y decirles a esos patitas que están perdiendo su tiempo? ¡Asu!, esa versión nadaísta de Santa Lucía me ha dejado noqueada. La bandita había tomado un receso, quizá apiadándose de quienes habíamos ido a ese bar con la esperanza de encontrar diversión y, en lugar de ello, terminamos encontrando tortura sonora gracias a su "talento". Pero ya no nos fijemos en ellos y más bien tomemos con más gusto este líquido elemento. Claro, como tú tienes la Cusqueña. ¡Ya, para con eso, amor! Sí, para con eso mi... compadre. ¡Sao!

Ah, y es que aquellos ambientes tal vez ya no eran para gente como nosotros (me refiero a mi pata y a mí). Contando ambos con un número de años bastante cercanos a la treintena, ya nos sentíamos un poco desfasados de todo ese entorno de cabellos desordenados, poleras sudorosas, emociones al límite por los primeros acordes de la canción esperada, conversaciones a gritos, miradas traviesas, pisos resbaladizos, baños hediondos, buitreos por doquier y excesos al hablar. Ay, pero deben saber que tampoco es para gente como nosotras, ah. Así es, a mí llévenme a bailar a Barranco, al centro de Lima nada más vengo por el pisco sour del Bolivar. Y yo porque éste insiste, que sino. Sí, y nosotras no somos ningunas viejas, te cuento. ¿Cuantos tienes Angie? Veinticuatro añitos bien cumpliditos. ¿Ya ven?, yo también. Sí, los viejos son ustedes dos. ¡Aj, qué horror, estamos con un par de viejos! Jajaja, qué graciosas estaban esa noche las dos chicas, qué tal puntería para sus chistes, qué tal calibre la de sus mofas. Llamarnos viejos a nosotros, ¡por favor!, si sólo lo decía porque, bueno, hay momentos en los cuales uno se da cuenta de que ya no está para ciertos avatares, eso era todo. Lo que pasa es que tú cada vez que chupas te pones en ese plan medio mariconesco de la nostalgia por la juventud perdida, compadre. Pero ¿tenía o no tenía algo de razón? No, carajo, ya te dije: cada vez que chupas se te da la chivatez de la añoranza por el pasado, como si con tus 27 años ya estarías a punto de morirte por vejez. No lo decía por eso. Me refería más bien al hecho de que, pucha, uno nunca sabe, pues, a ver, ¿qué tal si me moría esa noche mientras dormía, o en un accidente, o a causa de un asalto a mano armada? Además, ¿nunca has escuchado hablar del club de los 27? ¡Ay, ya párenla! Eso todavía más tarde, mi amor, en la tranquilidad de una alcoba, ¿ya? ¡Mañoso! De pronto un hombre de gran estatura se acercó a nosotros. Tenía el uniforme característico de los de seguridad, ése que, se supone, les hace ver más corajudos, les da marcialidad y les hace lucir como más amenazantes. Sí, claro, ¡uy qué miedo dan esos uniformes comprados en la avenida Pizarro! A ver jóvenes, permítanme pasarle el trapito a su mesa. Oh, sí, claro, adelante señor. Las botellas se fueron arriba por unos segundos mientras observábamos cómo era recogida la gran cantidad de cenizas de cigarro que habíamos regado por toda la mesa. En fin, nuevamente, y de forma casi coreográfica, los picos de nuestras botellas tocaron nuestros labios y el trabajo del huachimán estuvo cumplido (¿le pagarían también por hacerla de mesero?).


Y hablando de nostalgias, ¿te acuerdas de aquella marcha universitaria en el 2003? Pues claro. ¡Qué buenos tiempos, caray! Las chicas se miraban como preguntándose: ¿y estos? Ay, tú sígueles la corriente nomás; si el tuyo es igual que el mío, debes saber que la clave está en saberlos escuchar, sólo así se los puede mantener domaditos. Ambos nos miramos con ojitos brillosos, sin hacer caso a lo que aquellas pequeñas arpías murmuraban. La bulla se fue de un momento a otro, la gente desapareció de repente, el ambiente se endulzó, los cuerpos se relajaron: habíamos regresado a aquel día, a aquellas calles, a aquella aventura. Y eso que tú no estudiabas con nosotros. No pues, falté a mis clases de Derecho Constitucional ese día por ir a la marcha. Jajaja, qué tal imbécil. Sí. Oigan, es cierto que sus desvaríos son divertidos aveces, pero ¿de qué está hablando ahora, eh? Preguntó un poco fastidiada mi novia, apoyada con las maneras de la novia de mi pata. Uf, si les contáramos. Pues cuéntennos. Ya, pero primero un brindis. Sí, por las marchas. ¡Salud!

¿Han escuchado de todo este chongo por las marchas de los estudiantes en Chile y toda esa onda?, bueno, hubo un tiempo en el que nosotros también teníamos nuestras propias luchas en las calles. Sí, eramos unos jovencitos muy comprometidos con las luchas por la justicia. Ellas pusieron caras de incredulidad. Mi pata y yo simplemente seguimos hablando. Salud por eso, compadre. Salud. Pero hasta ahora no entiendo por qué chucha fuiste a marchar con nosotros si tú estudiabas en una universidad privada. Cómo que por qué, porque sentía el llamado del compromiso, obvio. Las muchachas estallaron en sonoras carcajadas, mi pata y yo también. Mi novia me rodeó con sus encantadores brazos mientras que de forma cariñosa me decía que una de las cosas que más le gusta de mí era mi capacidad para ser muy ocurrente. Por favor, mujer, no me compadezcas y deja a en paz a mis delirios de hombre preocupado por la sociedad. Buenos tiempos aquellos, carajo. Salud otra vez. Salud. ¿En qué demonios estábamos pensando, causa? No sé, huevón, ya ni me acuerdo del motivo de la marcha, eso sí, fue muy emocionante, muy rebelde, muy punk. ¿Recuerdas cómo queríamos que la cosa termine en enfrentamientos con la tombería? Claxon, incluso llevamos trapos y agua, por si las bombas, jajajaja. Tal vez fue el momento en el que me sentí más universitario que nunca. Ya sabes el dicho: uno no es joven si no está contra el sistema. Ajá, y qué mejor forma de sentirse anti-sistema que el de participar en una marcha, pues... aunque siete años después no recuerdes ni el motivo de la misma. Nuestros recuerdos se entremezclaban suavemente a travez de nuestras palabras mientras que nuestras miradas seguían siendo las de dos hombre completamente embelesados con el otro. Y yo también me pregunto por qué diablos estabas tú en esa marcha si tú no eras de Sociales. Bueno porque la convocatoria fue para todos los alumnos, pues. Mi pata bebió un buen sorbo de su asquerosa Pilsen. Y, además, si bien ahora no lo recuerdo muy bien, debí haber estado muy de acuerdo en lo que se reclamaba como para darme el trabajo de ir y caminar kilómetros y kilómetros gritando como huevón. Y cantando, no olvides que también cantábamos. ¡Claro!, al ritmo de los patas esos que tocaban bombos y quenas y zampoñas, alucinando que estaban en la puna. Sí pues. Entonces yo tomé un largo sorbo de mi deliciosa Cusqueña, miré a mi novia y noté que estaba con cara de aburrida, al igual que la novia de mi pata. Pensé en que deberíamos hacer algo para que la noche no se nos cayera. ¡Salud chicas!, dije, pero el daño ya estaba hecho, ellas no reaccionarían hasta que no hiciéramos algo radical, algo que realmente las despierte del sopor, algo que me causaba un temor de los mil demonios, algo para lo que no nací y para lo que jamás estaré bien preparado: había llegado el temible momento de bailar con nuestras novias.

Bueno, compadre, creo que el cuerpo de las muchachas pide movimiento, meneo, zandungueo aunque yo quisiera que el cuerpo de este bombom me pida otra cosa, carajo así que vamos a echarnos este dancing. Ya pe, como las huevas ta' mare, causa, me cagas, ah, yo no bailo un carajo. Señorita, ¿me concede esta pieza aunque sea yo quien quiera concederte esta otra pieza? Ay, Dios mío, qué galanes estos muchachos. Rápido, mi amor, antes que se nos congelen las patas por los nervios y el desgano. Ahora, en retrospectiva, me río de todo lo que tuvimos que hacer esa noche por un par de bellezas, carajo. Imagínese usted, señor lector: bailar. Digo, no estoy en contra de los cultures de ese ancestral arte, pero me parece tan estúpido el hecho de someterse a la vergüenza de quedar en ridículo haciendo movimientos absurdos y extravagantes que yo, francamente, prefiero evitar cualquier oportunidad en la que me vea obligado a hacerlo... salvo en las ocasiones cuando de ello dependa el tener contenta a una diosa de cabellos ensortijados y cuerpo arrechante, capaz de hacer posible en mí el gran milagro de la eyaculación densa, espesa y concetrada, fruto y resultado de un orgasmo infernal.

Las luces iban y venían, los olores nos envolvían, los sudores nos empapaban, el constante y rutinario unz, unz, unz nos embrujaba mientras competíamos con los demás en un duelo sin reto en pos de demostrar nuestras habilidades para las piruetas y las cabriolas rítmicas y coordinadas. Mala idea haberme puesto botas esa noche. Mi novia parecía disfrutar algo de lo que sucedía, la novia de mi pata también, aunque de una manera un poco más expresiva que su novio, quien nada más hacía los ademanes de mover los brazos de forma un poco graciosa ¿Por qué no hay chicas ricas que odien bailar, carajo?. A ver, a ver, ¿recuerdas cómo practicamos en mi depa?, ay, a quién le pregunto, no importa, sólo cógeme de la cintura y un-dos-tres-un-dos-tres, ¿ves?, es fácil, mi amor. ¿Cómo decirle en medio de aquel bochinche que, honestamente, lo único que recordaba de las clases de baile en su departamento era el manoseo bravo que le di aprovechando su buena voluntad pedagógica? Y seguía el unz, unz, unz golpeándonos las cabezas y los estómagos, alocándolas más a ellas y degradándonos más a nosotros. Unz, unz, unz. Y llegaba un poco el aire. Unz, unz, unz. Y llegaba un poco el sopor. Unz, unz, unz. Y el cansancio nos vencía. Unz, unz, unz. Ya estamos viejos, huevón. Unz, unz, unz. ¿Qué? Que ya estamos viejos, huevón. Viejo tu abuelo, compadre. Unz, unz, unz. Carajo, no me digas que te sientes chibolo en medio de todo esto. No, pero tú eres más viejo que yo y no jodas. Unz, unz, unz. 'Ta mar'e, ca'sa, te me pones rico sólo por unas semanitas, ya pueeeees. Ya pe' weon, tú eres más viejo, igual. Ok, ok, ok... chibolo. Unz, unz, unz. Volvimos a prestarles atención a nuestras damiselas. ¡Aja!, ya se les notaba un poco más dispuesta a tirar la toalla. Mi amor quiero sentarme, me duelen los pies, dijo mi novia con su voz de pajarito. ¡Oh, gracias a Dios, mujer! Ah, ahora sí crees en Dios, ¿no? Es el uso de un uso común pues, mi amor, tampoco esperes que nunca rece a pesar de saber que Dios no existe. Ah, qué gracioso. Ya, vamos a sentarnos de una vez. ¡Chicos!, ¡chicos! No te van a escuchar, sentémonos nomás y de ahí ya vendrán. Unz, unz, unz...

¡Ah, santa María, madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén! Qué cansado estoy, por mi ma're. Uy, pobeshito mi amoshito, ya no está para estos trotes. Mi pata y su novia se sentaron. Él cogió un puñado enorme de servilletas y comenzó a limpiarse el repugnante sudor que le chorreaba del rostro. Iba a sugerirle que se quite la camisa y la exprima a la usanza de las viejas lavanderas, a ver si lo que salía servía para echarle brillo al piso barroso de la pista de baile, pero me pareció un escarnio malévolo y, hasta cierto punto, innecesario, así que lo aborté. Una vez que se le empapó todo el fago gordo de servilletas que había usado para deshacerse del repulsivo sudor que le seguía fluyendo del rostro, cogió otro montón y empezó nuevamente a tratar de eliminar todo rastro de su despreciable secreción. Ahora sí te doy la razón, papi: estás bien viejo para estos sitios y para estas actividades, ah. Mi cabeza entonces volteó hacia él impulsada por una mezcla de sorpresa e indignación. ¿Qué? claro, p'e, ¿no dices a cada rato que te sientes viejo?, ahí lo tienes: tumbado en tu silla hasta las huevas con sólo media horita de bailoteo, o sea, realmente ya estás viejo. Discúlpame, compadre, pero te hago notar que no soy yo quien está hace como diez minutos luchando contra su incontrolable transpiración, síntoma inconfundible de un organismo... ¡Bah!, ¿por qué chucha tengo que discutir esto contigo? Sí, ¿no? Al fin y al cabo ambos somos conscientes de nuestra realidad, causa. Así es, así es. No somos alguno de esos sonsitos que, por más que ya tengan como cincuenta años, se creen los muy chibolos y siguen viniendo a este tipo de lugares. Cierto, papi. Así que, chupemos tranquilos y vayamos a tirar después con nuestras enamoradas. Las chicas rieron a la vez que decidían que, no por el hecho de estar con dos cholazos pertenecientes a las clases populares de una ciudad desorganizada, confusa, caótica y semianárquica, las chelas debían ser las bebidas oficiales en una noche de salida para dos jovenicitas bien nacidas y con el futuro asegurado. Le vamos a dar un poco de charme a esta mesa comprando unos tragos de calidad, dijeron y se perdieron en medio de la multitud. Pobrecitas, dije.


Oe, y siguiendo con esa nota de la marcha, qué tales huevones que éramos en esos tiempos ¿no? Sí. Mi pata, luego de acabarse casi un paquete entero de servilletas, volvió su atención nuevamente -esta vez de manera más seria- al tema que habíamos recordado antes de salir a perdernos el respeto bailando al ritmo del unz, unz, unz. ¿Tú crees que si tendríamos la oportunidad de regresar en el tiempo, volveríamos a participar de esa mierda? Bueno, no sé tú, compadre, pero yo, gustoso cogería un auto y pasaría cerca de la marcha mostrándoles mi hermoso dedo medio a todos esos cojuditos con delirios de revolucionarios. Jajaja, sí, probablemente yo te acompañaría gritándoles: ¡hey, tarados, no porque salen a cantar huevadas, vestidos como monigotes, les bajarán el precio de los pasajes universitarios! Jajaja. Ay, ay, ay, carajo. Es que aquí las marchas son tan, pero tan monses, que esa huevada que está ocurriendo en Chile hace que me avergüence de haber estudiado en una universidad pública, weon. Empecé a reconocer entonces su típico rostro de seriedad al profundizar más en los temas que conversábamos. Imagino que sí, papi, no cualquiera ha participado de manifestaciones en contra de Cipriani o en contra de la manera cómo se maneja el comedor universitario, jajaja. Jajaja, 'ta mare, suena cagón, pero así es, pues. Nos preocupamos por unos instantes de las chicas, pero, al darnos cuenta de que ambas estaban aún haciendo una larga cola para conseguir tragos "respetables", volvimos a lo nuestro. Es como que aquí a nadie le importara que nuestro sistema educativo sea mil veces peor que el de Chile, causa. Sí, por eso es que, como nosotros en aquellos tiempos, la gente sale a protestar bailando, cantando, tocando quenitas, y exigiendo huevada y media, sin fijarse en el tema de fondo... todos salimos a protestar porque protestar es re-fashion, es algo inn. Sí, por eso salimos a protestar nosotros en aquella oportunidad. Sí pues. Puta ma`re, causa, escúchanos, ya hasta parecemos analistas político-sociales, carajo. Y a qué horas chucha llegarán nuestros tragos "respetables", Lo mismo me pregunto, cholo. Oe y todo lo que hemos dicho se resume en que ese día, después de participar en la marcha, ¿te acuerdas qué hicimos? Mmmm... a ver... Fuimos a chupar, weon, fuimos a chupar. ¡Ah, sí!, todo emocionados nosotros conversando sobre cómo había sido aquella gran experiencia ¿no? Jajaja.

Casi quince minutos después, las niñas volvieron a la mesa. Se las notaba fatigadas y un poco asadas. ¡Aj!, si sabía que íbamos a hacer una colaza, con tanto mañoso al lado y para no encontrar lo que buscábamos, jamás me movía de esta mesa. Jajaja. ¿Y tú qué te ríes? Mi novia se enojó, capté el peligro, vi en sus ojos mi noche arruinada por su hipotética negativa a hacerme mimos indecentes por causa de aquel jajaja. Eh, nada mi amor, sólo que recordé lo que estuvimos conversando acá con el hombre. ¿Y de qué conversaban si se puede saber?, ¿seguramente rajaban de nosotras, no? Mi pata y yo nos miramos nuevamente, nuestros ojitos brillaron otra vez sin hacer caso a lo que aquellas pequeñas arpías murmuraban. La bulla se fue de un momento a otro, la gente desapareció de repente, el ambiente se endulzó, los cuerpos se relajaron: habíamos regresado a aquel día, a aquellas calles, a aquella aventura...