Uno sabe que hay algo malo en nuestro país, cuando la gente se indigna hasta la médula por el comportamiento mafioso y por la actitud corrupta de un personaje que preside una institución privada... y no se irrita ni se cabrea por el comportamiento mafioso, ladrón y criminal de personajes que han presidido y quieren volver a presidir a la nación, al Estado, a algo que es de todos.
¿Cómo demonios podemos explicarnos que todos nosotros estemos más dispuestos a salir a marchar en contra de la reelección y de la permanencia de Manuel Burga en la presidencia de una empresa privada como la Federación Peruana de Fútbol, y no estemos decididos a hacer lo mismo —y más— contra la reelección, la permanencia y la satrapía de alguien como Alan García o de gente como el fujimorismo, por ejemplo?
Manuel Burga, sabemos, es un tipo con actitudes evidentemente pendejas que denotan su tuerto proceder, lo que nos ha llevado a todos al convencimiento de que todo lo que hace es un acto claramente putrefacto. Hemos seguido al detalle todos los procesos en los que ha estado inmerso, lo hemos investigado al dedillo junto con la prensa especializada y hemos entendido que, a pesar de no existir pruebas concretas en su contra, el tipo es, sin lugar a dudas, un maldito corrupto que debe salir inmediatamente de la institución que preside, que debe ser escupido cuando transite por las calles y que jamás debe atreverse a querer meter sus narices en esa institución privada nuevamente.
Sin embargo, cuando sucede exactamente lo mismo con personajes que han tenido puestos importantes y hasta la presidencia del país (Alan García, Alberto Fujimori y Luis Castañeda Lossio, por ejemplo), cuando aquellos muestran actitudes de evidente pendejada, cuando se comportan ante nuestros ojos de maneras claramente deshonestas e inmorales, cuando existen tras ellos sendas investigaciones de la prensa especializada (y más aún: ¡sentencias!) que les muestra como ladrones y asesinos, ¿qué hacemos? Les defendemos, les apoyamos, les votamos y les vitoreamos; como si no nos importara nada de lo que son, como si no irían a tener en sus manos el dinero y los recursos de todos, como si, más bien, se trataría de gentes que están postulando a cargos y a presidencias de empresas ajenas, de instituciones privadas que nada tienen que ver con nosotros; vamos y les ponemos de nuevo en esos puestos casi con una sonrisa cínica, como diciendo: ¡jódanse todos, csm!
Sí, definitivamente hay algo que está mal en nosotros los peruanos.
México completo está marchando hoy día. La corrupción y la violencia del narcoestado en el que se han convertido ya, parece, les ha sido suficiente y ahora intentan reaccionar... y tal vez ya sea muy tarde. Su democracia ("la dictadura perfecta", como la nombró Mario Vargas Llosa) les ha llevado a un punto tan extremo y tan bajo, que al parecer ya no tienen salida. Una democracia muy parecida a la nuestra. Una democracia en la que todos sabían y todos conocían los antecedentes de la gente que postulaba y de los candidatos a quienes les daban sus votos. Una democracia en la que el cinismo y la sinvergüencería era la norma... como es la norma en nuestra democracia, con un montón de presidentes regionales presos por corruptos, con un montón de candidatos con vínculos con la delincuencia, con un sinnúmero de organizaciones políticas financiadas por el narcotráfico, con un ex presidente que usó el avión presidencial para transportar droga, con otro ex presidente que liberó a cientos de narcotraficantes, con un alcalde de Lima que se levantó en peso 21 millones de soles... una democracia que poco a poco se acerca al mismo punto en el que se encuentra su predecesora.
México se llevó así mismo al borde del abismo y hoy marcha, haciendo fuerza para evitarlo y sobrevivir, y nosotros seguimos caminando hacia el extremo, habiendo votado por Luis Castañeda y pensando en que el 2106 votaremos otra vez por Alan García o por Keiko Fujimori, como presidentes de la nación, sin arrugarnos ni mosquearnos... sólo importándonos lo corrupto que es Manuel Burga, sólo manifestándonos unánimemente contra el presidente de una empresa privada.