viernes, 7 de septiembre de 2012

El arte conceptual llamado fútbol peruano.



Ahhhh, el fútbol… deporte de masas practicado por todos y sólo generoso con pocos. Un arte físico que cautiva, emociona, desvive y gratifica. Un resumen de la vida y de la existencia que, además, también molesta, abochorna, entristece y frustra. Ninguna actividad más ideal para experimentar o atestiguar cosas como la buena camaradería, los altibajos de la colaboración, la capacidad de liderazgo, la histeria del triunfo o la hiel maldita de la derrota.

Borges decía "El fútbol es popular porque la estupidez es popular". Para Borges el fútbol es feo estéticamente. "Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos"... "Bueno, es que Borges no podía jugar fútbol pe, causa", le respondí yo a mi pata, hace varios años atrás, cuando me contaba la aversión que el escritor argentino tenía por el deporte rey.

Claro que eso lo decía desde mi perspectiva de jugador amateur de fulbito, mucho antes de comprender lo que Borges, desde su silla, ya había entendido y lo que realmente quería decir. No imaginaba en aquel tiempo que, algunos años después, iba a sentarme a escribir un post no tanto contra el fútbol, sino, más bien, contra el fútbol mediocre... más específicamente: contra el fútbol peruano.

Y es que del fútbol se piensa, se habla y se escribe mucho porque lo amamos, porque, simplemente, hemos decidido erigirlo como nuestro máximo dogma de fe sin importar cuestiones vanas como el sexo, la raza o –vaya ironía– la religión. Y aunque no soy bueno para estas cuestiones de transponer mis ideas revueltas al documento escrito, creo que queda claro que estoy hablando de una de las máximas expresiones de nuestra especie, de una de aquellas cosas que, objetivamente,  definen nuestra humanidad.

De entre lo feo y lo bonito que tiene el fútbol, importa realmente, de manera consensuada,  aquello de lo que carece más, aquello de lo que tiene menos: lo bonito. Por ejemplo, casi nadie deja que el mal desempeño o el nulo talento de muchos (de la gran mayoría) apague la devoción masiva que existe por el deporte rey y, más bien, casi todos persistimos en obviar lo feo, lo antiestético, lo desagradable y lo burdo del mismo; casi de la misma manera en que gustamos de apreciar y de apasionarnos por un buen culo olvidando que del mismo sale caca.

Esta mala costumbre se comprende y se entiende medianamente en aquellos lugares donde, a pesar de lo exiguo de su preciosismo, al fútbol por lo menos le alcanza para poder mostrarse como algo tolerable (se me ocurre mencionar aquí a México y a Argentina, por ejemplo –y, ojo, es la opinión de un lego en la materia–). Y, más aún, ese nocivo hábito es totalmente disculpable en los sitios donde las palabras belleza y lindura pueden tomarse como sinónimos de la palabra fútbol (Brasil, España, Inglaterra). Y sí: la obviedad de un lugar llamado Perú en este último párrafo es a propósito.

En nuestro país es inconcebible lo anteriormente señalado. Aquí, el balance justo o parcializado de lo bonito y lo feo en el fútbol simplemente no existe. Aquí el fútbol parece empeñado en convertirse en una muestra de arte conceptual hecho con el vómito de un borracho que cenó frijoles con chanfainita. Aquí ese deporte no alcanza siquiera para hacer llevadera la calamitosa práctica del gusto por la basura. Es tan feo nuestro fútbol que podríamos decir que somos el país al que ni siquiera le es dable tener aquella mínima excusa con la que cuentan países como México y Argentina para agitarse en los estadios. Es como si las circunstancias hubieran encontrado en este lugar las condiciones adecuadas para la negación de una de las mejores definiciones de humanidad, como si algún bromista se hubiera empeñado en dejar cerrada la llave del flujo de talento en las piernas de los cholos desde hace más de treinta años.

Por eso es imperioso que, a pocas horas de que se produzca uno más de los deplorables y lamentosos partidosde la selección peruana, alguien levante el dedo y con cara arrugada diga lo que todos parecen querer ignorar: en el Perú no se juega algo de buen fútbol, no se van a ganar partidos importantes, no iremos al mundial 2014 y todos los hinchas van a seguir sufriendo nuevas y peores decepciones por muuuuucho más tiempo.

¿Que es fácil hacer el papel de aguafiestas? Sí. Y no sólo es fácil, es también muy divertido. Tan divertido como burlarse de un loquito que espera con ansias que un cerdo vuele, o como ser testigo de la idiotez de un país entero que siente afición por lo dañino, o como suspirar de lástima por lo absurdo de la fe de quienes creen en lo inexistente.

Así que, amigo lector, compañero aficionado, sufriente paisano melancólico de glorias futboleras pasadas: ¿por qué mejor esta noche no haces algo más productivo y saludable? ¿Por qué mejor no dejas la oficina y sales a disfrutar de las pistas sin tráfico, de una buena Cusqueña en un bar, de un concierto gratuito en un centro cultural o de una cena familiar viendo programas chistosos que no dicen nada (bueno, esto último puede ser fácilmente cambiado por algo mejor, por si acaso)? Olvídate de la rojiblanca que, seguramente, otra vez será manchada con lágrimas de pena después del partido. Ya no pienses más en los cuatro fantásticos o los cuatro fantoches. Cuídate y cuida a los tuyos. Ya es suficiente con tener un sistema de salud hasta las patas como para aumentar más los casos de depresión en plena huelga de médicos. Si esta noche quieres fútbol, mejor sal a la canchita del barrio y échate un partido con tus patas. Créeme, eso es mil veces mejor que estar sentados viendo un partido hasta las huevas y ensanchando la panza chelera. Te lo digo por propia experiencia.