Hace
unos días fui a la presentación del primer número de la revista Buen Salvaje porque me enteré que a cada asistente le regalarían un ejemplar de la misma.
Así es: sucumbí una vez más ante el irresistible y bien peruano llamado de lo
“bueno, bonito y barato” y, una vez tenido entre manos el gratuito ejemplar, me
dispuse a abandonar el local, pero por alguna razón –no sé si por mi
irrefrenable gusto por el chisme o por genuino interés literario– decidí
quedarme a chequear el desarrollo del acto.
Obviamente
supuse que lo que vería no sería más que el pavoneo hipocritón de editores y
escritores, los besitos fariseos típicos del ambientito intelectual limeño y
las actitudes y comentarios pof-pof de los asistentes hipsters y artys
desesperados por llamar la atención y ser tomados en cuenta, aunque sea por un
ratito, en el exclusivo mundo de las letras peruanas… y bueno, vi todo eso y
más, pero aquello no es el tema del que quiero tratar en este post.
Sucede
que en cierto momento de la alocución –no sé si del director de la revista o de
una de sus dos acompañantes (editora y diseñadora)– escuché que lo que buscaban
con su publicación era llenar un vacío, ocupar un espacio desierto o recuperar
un recinto abandonado por todos. Como imaginarán, no entendí ni mierda. ¿Qué rayos
querían decir con frase de ese tipo aquellos chicocos de habla cantarina, pinta
relax y ademanes de autosuficiencia? La respuesta –o el complemento de lo
anterior– llegó con la siguiente declaración:
–Hoy en
día nadie le presta atención realmente a la literatura y la prueba de ello es
que nosotros somos la única revista realmente literaria que está en circulación
ahorita en Lima.
Al
toque fruncí el ceño pues, si bien no soy un gran consumidor de ese tipo de
publicaciones, creía estar seguro de que, a lo menos en Lima, había más de una
revista o pasquín literario en circulación. ¿O es que me estaba confundiendo
con la innumerable cantidad de páginas web y blogs dedicados a la literatura
que sí existen? ¿Acaso mi apego a la cibernética ya está empezando a hacerme
perder el sentido de la realidad? Pues, señor, sea como sea, aquello era cierto
y de veras que no existe en el país natal del premio Nobel de Literatura 2010
siquiera un mimo de revista literaria pasible de ser considerada respetable.
En fin,
aquel dato me dejó pensando en algo de lo que me había enterado hacía unas
semanas y, pronto, ambas cosas combinadas y procesadas hicieron que llegué a
una sana pero infeliz conclusión: vivimos en una ciudad y en un país donde
todos dicen preocuparse por las cosas que faltan por hacer o por las cosas que
andan mal –dándole a uno la sensación de pertenecer a una cultura de afán por
el producir y de deseo por el constante mejorar– pero en donde, a la vez, basta
simplemente con echar una ojeada alrededor para darse cuenta de que la cruel realidad
es que todas esas preocupaciones se quedan en eso y nada más, nunca hacemos
nada ni mejoramos nada, nunca (o casi nunca) somos capaces de hacer que
nuestras ansiedades y agobios encuentren efectivo alivio y consuelo. De modo
que una de dos: o nos intranquilizan cosas imposibles o la indignación es
nuestro propósito máximo… Y vaya que esta realidad está especialmente
encaprichada con la literatura.
¿Juaaaaaaaaaaat?
Verán,
de lo que me enteré hacía unas semanas es de un ejemplo de aquella preocupación
intrascendente que mencioné líneas arriba. Los cibernautas peruanos (muy
preocupados e intranquilos, por supuesto) reclamaban a letra en puño, y con
yemas de dedos sangrantes, por un nuevo atentado contra la cultura literaria
peruana: el Palais Concert, monumento históricode Lima que fuera punto de encuentro de destacados intelectuales a principiosdel siglo pasado, sería convertido dentro de poco en un centro comercial
–ulteriormente a ser usado por muchos años como discoteca–. Varios blogs y
páginas de Facebook dedicadas a las letras iniciaron e hicieron eco de una
campaña de alerta para evitar tamaño sacrilegio apelando al sentido de
conservación de reliquias de los peruanos. Frases como “Salvemos la cultura”,
“Aquí reinó Valdelomar”, “El Perú es Lima, Lima es el Jirón de la Unión, el
Jirón de la Unión es…” se repitieron hasta el empacho con el objetivo de
generar en los peruanos la conciencia de que “debíamos hacer algo al respecto”.
Todo ello, claro está, olvidando que ni cagando podríamos “hacer algo” para
evitar que aquel inveterado local sea transformado en un sitio de compra y
venta, habida cuenta que ya está vendido a una empresa que lo convertirá en
tal, y que, bueno pues muchachos, no podemos ser tan hipócritas de venir a
rasgarnos las vestiduras ahora si no lo hicimos durante los más de ochenta años
en los que aquel sitio dejó de ser “el centro de la cultura limeña” y, más aún,
si no lo hicimos durante las décadas en las que el susodicho lugar había sido
convertido en una caverna maloliente de sudoración amazacotada donde iban a
bailar, emborracharse y fornicar jóvenes limeñísimos tan capaces de indignarse
como el resto y tan poco conocedores de que el suelo que pisaban santo era. En
conclusión: furias e irritaciones bienintencionadas hasta el culo y por las
huevas.
Ahora bien, si volvemos al dato que soltaron los de Buen
Salvaje y lo aplicamos al contexto que acabo de referir tendremos al frente el
lienzo completo que muestra una historia triste de la realidad literaria
peruana moderna: efectivamente hay harta preocupación e interés por su
bienestar, pero preocupación e interés que
carecen de trasfondo o, lo que es peor, capaces de provocar una engañosa
sensación de confianza en que todo está bien, que vamos
camino a ser el país más literario del mundo y que no hay por qué hacer nada
más pues ya hay un montón de gente que está haciendo algo. Así, nos
encontraremos con realidades tan absurdas como la de los cibernautas
preocupados por la desaparición de un viejo bar en el que chupó, hueveó y se
panudeó Abraham Valdelomar, antes que preocuparse por cosas que realmente
importan, antes que ponerse manos a la obra y abrir ellos mismos nuevos
espacios para la literatura o antes que, por lo menos, hacerle más propaganda a
la obra del Conde de Lemos antes que a su huarique, antes que a su famosa
fracesilla narcisista. Pero ¿espacios para la literatura? Peros si hay varios,
si existe La Casa de la Literatura, por ejemplo, además he visto en Facebook
una campaña para salvar el Palais Concert (y estoy apoyándola dándole like),
¿para qué más?, todo está bien. ¿Revistas literarias? Pero si hay un montón
circulando por ahí, al menos eso he oído, al menos eso supuse cuando me enteré
de un proyecto que estaban haciendo unos amigos. ¿Leer más? Sí, claro, he escuchado
que estamos mal en eso, fácil que apoyaré la promoción de la lectura poniendo
comentarios indignados, reclamando más libros y menos tele (¿que cuantos libros
he leído?, bueno, esteeee, yo, ehhh…).
De modo que para finalizar este post, sólo me
queda decir que qué bueno que Buen Salvaje esté en las calles, carajo. Digo, es
por lo menos un proyecto que se hace realidad, un hecho palpable que superó las
barreras de las puras ideas, los buenos deseos y el florazo del “hay que hacer
algo”. No sé si a alguno le interese pero realmente recomiendo leerla. Hay harta información sobre nuevas publicaciones y una buena porción de textos originales de varios autores pajas. Ah, y ya queda en manos del resto de nosotros no permitir que siga sin tener
competencia.