Capítulo I
Un hombre aburrido
Según él mismo lo recuerda, la desgracia de Darío empezó una noche de mayo de 1976, la noche en que su padre lo engendró gracias al aburrimiento y gracias al casi virginal cuerpo de una cholita que trabajaba de empleada en su casa mientras su esposa Renata, estaba de viaje en la capital. Y es que debió haber sido realmente aburrido eso de pasar largos meses a solas en una enorme cama de hacendado, en una provincia tan pequeña y tan olvidada como Lamas y siendo, a pesar de tener mucho dinero y mucho poder en la comarca, bastante feo y despreciado por las vecinas con las que quería ligar. De modo que la idea de tirarse un polvito en una noche lluviosa de mayo con la que parecía ser la única mujer capaz de soportar su rechazado cuerpo de comerciante encima, no era tan mala después de todo, total. ¿quién podría enterarse? Además, Ernestina estaba bien rica. Oh sí, Ernestina, una muchacha en la plenitud de su adolescencia, era una chiquilla capaz de hacer perder la cabeza a un maduro hombre de familia aburrido por la falta de sexo, frustrado por la infertilidad de su mujer y rechazado por más de una vecinita presumida.
Cuando la encontró durmiendo en su cama después de hacer todos sus deberes del día, Gerardo Saavedra –que así se llamaba el sujeto de marras– no pudo evitar las ganas de desfogar todo su ímpetu masculino en el cuerpo de una muchacha anónima y callada. No con poca emoción comenzó a frotarse el miembro mientras iba despojándose de su pantalón. Ella, al escuchar los ruidos se despertó exaltada y comenzó a pedir perdón por el atrevimiento de haberse quedado dormida en la cama de su patrón:
- Discúlpame don Gerardo no me he dado cuenta de la hora. Estaba arreglando el cuarto y me he quedado dormida.
- No, no. Quédate echada nomás. Te voy a acompañar ¿ya?
- Ay don Gerardo ¿qué ya vuelta vas a hacer?
La adolescente se resistió al principio y con los brazos trató de sacarse de encima al hombre pequeño pero fuerte que de a pocos iba despojándola de su blusa y su falda. Pensó en gritar pero se dio cuenta que era un recurso inútil pues aquella casa era enorme y estaba vacía, los únicos seres humanos que la habitaban en esos momentos eran ellos dos así que nadie la escucharía, y si lo hacían, no acudirían en su ayuda, “don Gerardo está monteándole a la Ernestina”, sería lo único que dirían y seguirían su camino. Cuando ya estaba completamente desnuda entendió cual era el sitial que el destino había guardado para ella esa noche, de modo que dirigió su rostro a un costado y cerró los ojos bien fuerte a manera de resignación. Quiso acallar los gritos de dolor que le salían desde el estómago por las arremetidas del bruto hombre que la estaba poseyendo, pero otra vez recordó que no había nadie en la casa y, si es que algún alma pasaba por allí, sería indiferente a su sufrimiento; así que gritó con todas sus fuerzas. Gritó como gritaban los chanchos que Gerardo mataba de joven en el camal de Lamas, y al parecer eso lo excitó mucho más porque después de cuatro o cinco penetraciones ella sintió que algo caliente se regaba en su interior. Gerardo se tendió sobre el cuerpo de Ernestina como una bestia empachada, exprimiendo al máximo su falo dentro de ella y jadeando como si se ahogara. Durante diez minutos, muchos más de los que había tardado en penetrar a Ernestina por cuatro o cinco veces, estuvo encima de ella demostrando que, además de feo, era un animal precoz en la culminación del apareamiento. Sin embargo su objetivo había sido cumplido y el deseo había sido saciado: disfrutó por fin, luego de varios meses de obligada abstinencia, de los placeres que da un buen polvito. Mientras tanto, debajo de él, aún albergando en su interior a Gerardo y aguantando su peso y su aliento, Ernestina lloraba en silencio confundiendo el sabor de sus lágrimas con el sabor del sudor del cuerpo feo y espantoso de quien le había dado trabajo como empleada y que ahora la había violado con todo el gusto que las circunstancias fáciles le pueden dar a una empresa y con toda la desesperación que la arrechura no saciada puede generar en las gónadas de un hombre solitario, aburrido y feo.