"Fujimori es inocente. Él no sabía nada. Todo la culpa la tiene su ex asesor: el malévolo Dr. Vladimiro Lenin Montesinos Torres. El chino es inocente."
Si alguna vez te has sentido como el lorna del grupo, o como el asiento de tus patas, o más aún: como el salvaje que cometió una burrada y ahora debe pagarla cara recibiendo burlas, pifias, mofas y uno que otro insulto agresivo (si no una agresión física directa); entonces te sientes como se sienten todos aquellos que han tenido la mala suerte de conocer a La Mancha. Sí, aquel infame grupo del cual ahora todos hablan gracias a la publicación de ciertas historias que se suponía eran impublicables. Sin embargo, este artículo no se trata de una nueva víctima de este grupete -ya mucha vaina con la gracia-; pero sí se trata de aquel personaje lornón, webas, tarado y ridículamente estúpido que muchos podrán reconocer inmediatamente. ¿Quién es? Tú. Bueno, yo también, pero Tú más que yo. ¿Por qué? Porque a diferencia tuya, yo me di cuenta de las cosas a tiempo: Fujimori es inocente. Sí maldito hipócrita. Ya olvídate de llenarte la boca todos los días en tus desayunos antes de ir a trabajar, en tu oficina con tus compañeros de chamba o en la universidad con discusiones inútiles; olvídate de aquellas frases rebuscadas con las que atacas al Chino conché y a toda su horda de seguidores, afirmando vehementemente que es un maldito asesino, un puerco violador de derechos humanos o un jijuna que nos dio la peor educación de América latina y de nuestra historia. Olvídalo. Tu discurso reivindicador ya fue. Nadie te lo cree. Y sí, eres el más lorna de los lornas del Perú entero. Lo eres más cuando haces todo aquello que te digo que ya no hagas.
Déjenme contarles una pequeña historia:
Pasaban los días del '91 cuando a mis tempranos ocho años, me divertía en el patio de mi escuela primaria como cualquier chibolito con trompo en mano. Había aprendido para ese momento los malabarismos más pajas que te puedas imaginar (trata de regresar a tus ocho años pues, y créeme). Eran muy buenos tiempos. Sin más responsabilidades que aprender de memoria la tabla del nueve o la del once. Sin tener que levantarme todas las mañanas con una pereza increíble pensando en que me esperaba otro largo día en la oficina. Sin embargo no todo podía ser color de rosa (valga el color delicado), ya que mientras yo disfrutaba de la vida y de los increíbles malabarismos que podía hacer con mi pita y mi trompo, Nestor me miraba desde la distancia con cara de malazo. ¿Que quién carajos era Nestor? Pues no caeré en la tentación de exponerlo brutalmente ante ustedes mediante este blog, y solo diré que se trataba del típico compañero manganzón, busca pleitos y abusivo que todos hemos tenido en nuestros tiempos escolares. Él me miraba con cara de mala gente y quiero creer que no lo hacía porque me odiase realmente, sino porque de alguna manera le parecían agradables los quejidos que todas sus víctimas emitían cuando él les hacía alguna maldad infantil. Lamentablemente aquel día era mi día en su agenda. El buen Fredsito nunca había caído en sus manos y ya estaba pasando piola demasiado tiempo, debía pagar cupo. Muy raudo se me acercó y con una voz de palomilla único me preguntó qué hacía. Yo no respondí. "¡Ah! Mal educado encima ¿no? Pues ¡toma para que aprendas!".
Aquel golpe en la crisma fue uno que aún recuerdo gracias al inmenso dolor que me causó. Era evidente pues que alguien de mis características difícilmente podría haberse quedado únicamente sobándose, había que reaccionar y devolver el agravio. Mi trompo y su puntiagudo clavo se convirtieron en mi arma de ataque y el clavo entró en su cráneo con una fuerza inexplicable.
Vamos, no pueden decirme que nunca han tenido una emoción violenta y que por ella han reaccionado de formas tan inesperadas que resultaron siendo unos desconocidos hasta para sus propios familiares. Pues eso sucedió conmigo a los ocho años. Las consecuencias fueron funestas, pues además de la evidente expulsión escolar de la que fui víctima, mis padres se vieron obligados a someterme a un tratamiento psicológico el cual, dicho sea de paso, no me ayudó mucho. Pero de entre todas ellas, la consecuencia que más me afectó fue un constante sentimiento de culpa que desde entonces me acompaña, ya no específicamente por la agresión casi criminal cometida contra Nestor el abusivo, sino por cualquier cosa que haga mal. Por cualquier estupidez que cometa en mi lidiar cotidiano. A veces ese sentimiento de culpa se traducía en depresiones que preocuparon mucho a mi madre. Ella, fiel seguidora de los caminos del Señor, asistente infaltable de las reuniones de su iglesia evangélica y gran devota de las enseñanzas espirituales tomó el toro por las astas. Me dijo que la mejor forma de librarme de aquel espíritu de culpa era que cada mañana al levantarme, me mirase al espejo y con toda la certeza del mundo repita: "Yo no hice esto", "Esto no ha sucedido", "Lo que ahora me atormenta, es una mentira, no es cierto". Yo como buen hijo obediente puse en práctica aquellas lecciones y todas las mañanas al despertarme, me miraba al espejo y tratando de retener un poco la risa empezaba a repetir que aquello que me atormentaba, no existía. Trataba así de negar mis acciones, como si ellas se quedarían con el reflejo que el espejo me mostraba y yo me iría campante sin un atisbo de culpa en el alma. Así lo hice desde entonces con todas aquellas acciones que cometía y que definitivamente hacían que mi espíritu se desmorone ante la culpa que me causaban. Así lo hago desde entonces y, ¿saben qué? Funciona.
Volviendo a lo que nos interesa en este artículo: Fujimori es inocente. Sí hermano, sí hermana; créelo, El Chino es inocente. Repítelo junto conmigo: Fujimori es inocente. Más fuerte: ¡Fujimori es inocente! Mírate al espejo todos los días y dilo hasta convencerte a ti mismo de que tú no eres el lornaza que puso en el poder durante más de diez años a alguien como él. Fujimori es inocente. Créete el cuento de que la única forma de pacificar al país era haciendo terrorismo de estado. Convéncete de que el estado de derecho no importa si de mantener el estado se trata. Atibórrate de sentimientos de inocencia ante la estupidez cometida. Tú lo pusiste allí porque era el candidato outsider, el que no seguía las tradiciones, porque era el mejor entre los candidatos y porque te dio los resultados que ahora tienes. Fujimori es inocente.
Ahora, después de repetir estos principios básicos, profundiza más en el tratamiento y empieza a negar sistemáticamente todo lo demás que te convierte en un lornaza:
-No pasó nada en los sótanos del SIE, solo diligencias de rutina.
-No hubo usurpación de funciones cuando se usó un fiscal falso para allanar el domicilio de Montesinos.
-No existió ninguna transferencia de fondos del SIN a la Casa Militar así como tampoco hubo transferencias de fondos de los Ministerios de Defensa e Interior al SIN.
-No se realizó ningún chuponeo telefónico.
-No se le entregó US$15 a Montesinos como "indemnización".
-No se realizaron los asesinatos de Barrios Altos y la Cantuta.
-No cometió incumplimiento de deberes de función al abandonar su cargo ni agravió al estado con ello.
Bueno tal vez estaríamos exagerando un poco recitando todos los días esta lista. Pero lo más importante es que no nos olvidemos de repetir la frase más contundente del ritual:
"Fujimori es inocente. Él no sabía nada. Todo la culpa la tiene su ex asesor: el malévolo Dr. Vladimiro Lenin Montesinos Torres. El chino es inocente."
Créeme, te vas a sentir mucho mejor.
Si alguna vez te has sentido como el lorna del grupo, o como el asiento de tus patas, o más aún: como el salvaje que cometió una burrada y ahora debe pagarla cara recibiendo burlas, pifias, mofas y uno que otro insulto agresivo (si no una agresión física directa); entonces te sientes como se sienten todos aquellos que han tenido la mala suerte de conocer a La Mancha. Sí, aquel infame grupo del cual ahora todos hablan gracias a la publicación de ciertas historias que se suponía eran impublicables. Sin embargo, este artículo no se trata de una nueva víctima de este grupete -ya mucha vaina con la gracia-; pero sí se trata de aquel personaje lornón, webas, tarado y ridículamente estúpido que muchos podrán reconocer inmediatamente. ¿Quién es? Tú. Bueno, yo también, pero Tú más que yo. ¿Por qué? Porque a diferencia tuya, yo me di cuenta de las cosas a tiempo: Fujimori es inocente. Sí maldito hipócrita. Ya olvídate de llenarte la boca todos los días en tus desayunos antes de ir a trabajar, en tu oficina con tus compañeros de chamba o en la universidad con discusiones inútiles; olvídate de aquellas frases rebuscadas con las que atacas al Chino conché y a toda su horda de seguidores, afirmando vehementemente que es un maldito asesino, un puerco violador de derechos humanos o un jijuna que nos dio la peor educación de América latina y de nuestra historia. Olvídalo. Tu discurso reivindicador ya fue. Nadie te lo cree. Y sí, eres el más lorna de los lornas del Perú entero. Lo eres más cuando haces todo aquello que te digo que ya no hagas.
Déjenme contarles una pequeña historia:
Pasaban los días del '91 cuando a mis tempranos ocho años, me divertía en el patio de mi escuela primaria como cualquier chibolito con trompo en mano. Había aprendido para ese momento los malabarismos más pajas que te puedas imaginar (trata de regresar a tus ocho años pues, y créeme). Eran muy buenos tiempos. Sin más responsabilidades que aprender de memoria la tabla del nueve o la del once. Sin tener que levantarme todas las mañanas con una pereza increíble pensando en que me esperaba otro largo día en la oficina. Sin embargo no todo podía ser color de rosa (valga el color delicado), ya que mientras yo disfrutaba de la vida y de los increíbles malabarismos que podía hacer con mi pita y mi trompo, Nestor me miraba desde la distancia con cara de malazo. ¿Que quién carajos era Nestor? Pues no caeré en la tentación de exponerlo brutalmente ante ustedes mediante este blog, y solo diré que se trataba del típico compañero manganzón, busca pleitos y abusivo que todos hemos tenido en nuestros tiempos escolares. Él me miraba con cara de mala gente y quiero creer que no lo hacía porque me odiase realmente, sino porque de alguna manera le parecían agradables los quejidos que todas sus víctimas emitían cuando él les hacía alguna maldad infantil. Lamentablemente aquel día era mi día en su agenda. El buen Fredsito nunca había caído en sus manos y ya estaba pasando piola demasiado tiempo, debía pagar cupo. Muy raudo se me acercó y con una voz de palomilla único me preguntó qué hacía. Yo no respondí. "¡Ah! Mal educado encima ¿no? Pues ¡toma para que aprendas!".
Aquel golpe en la crisma fue uno que aún recuerdo gracias al inmenso dolor que me causó. Era evidente pues que alguien de mis características difícilmente podría haberse quedado únicamente sobándose, había que reaccionar y devolver el agravio. Mi trompo y su puntiagudo clavo se convirtieron en mi arma de ataque y el clavo entró en su cráneo con una fuerza inexplicable.
Vamos, no pueden decirme que nunca han tenido una emoción violenta y que por ella han reaccionado de formas tan inesperadas que resultaron siendo unos desconocidos hasta para sus propios familiares. Pues eso sucedió conmigo a los ocho años. Las consecuencias fueron funestas, pues además de la evidente expulsión escolar de la que fui víctima, mis padres se vieron obligados a someterme a un tratamiento psicológico el cual, dicho sea de paso, no me ayudó mucho. Pero de entre todas ellas, la consecuencia que más me afectó fue un constante sentimiento de culpa que desde entonces me acompaña, ya no específicamente por la agresión casi criminal cometida contra Nestor el abusivo, sino por cualquier cosa que haga mal. Por cualquier estupidez que cometa en mi lidiar cotidiano. A veces ese sentimiento de culpa se traducía en depresiones que preocuparon mucho a mi madre. Ella, fiel seguidora de los caminos del Señor, asistente infaltable de las reuniones de su iglesia evangélica y gran devota de las enseñanzas espirituales tomó el toro por las astas. Me dijo que la mejor forma de librarme de aquel espíritu de culpa era que cada mañana al levantarme, me mirase al espejo y con toda la certeza del mundo repita: "Yo no hice esto", "Esto no ha sucedido", "Lo que ahora me atormenta, es una mentira, no es cierto". Yo como buen hijo obediente puse en práctica aquellas lecciones y todas las mañanas al despertarme, me miraba al espejo y tratando de retener un poco la risa empezaba a repetir que aquello que me atormentaba, no existía. Trataba así de negar mis acciones, como si ellas se quedarían con el reflejo que el espejo me mostraba y yo me iría campante sin un atisbo de culpa en el alma. Así lo hice desde entonces con todas aquellas acciones que cometía y que definitivamente hacían que mi espíritu se desmorone ante la culpa que me causaban. Así lo hago desde entonces y, ¿saben qué? Funciona.
Volviendo a lo que nos interesa en este artículo: Fujimori es inocente. Sí hermano, sí hermana; créelo, El Chino es inocente. Repítelo junto conmigo: Fujimori es inocente. Más fuerte: ¡Fujimori es inocente! Mírate al espejo todos los días y dilo hasta convencerte a ti mismo de que tú no eres el lornaza que puso en el poder durante más de diez años a alguien como él. Fujimori es inocente. Créete el cuento de que la única forma de pacificar al país era haciendo terrorismo de estado. Convéncete de que el estado de derecho no importa si de mantener el estado se trata. Atibórrate de sentimientos de inocencia ante la estupidez cometida. Tú lo pusiste allí porque era el candidato outsider, el que no seguía las tradiciones, porque era el mejor entre los candidatos y porque te dio los resultados que ahora tienes. Fujimori es inocente.
Ahora, después de repetir estos principios básicos, profundiza más en el tratamiento y empieza a negar sistemáticamente todo lo demás que te convierte en un lornaza:
-No pasó nada en los sótanos del SIE, solo diligencias de rutina.
-No hubo usurpación de funciones cuando se usó un fiscal falso para allanar el domicilio de Montesinos.
-No existió ninguna transferencia de fondos del SIN a la Casa Militar así como tampoco hubo transferencias de fondos de los Ministerios de Defensa e Interior al SIN.
-No se realizó ningún chuponeo telefónico.
-No se le entregó US$15 a Montesinos como "indemnización".
-No se realizaron los asesinatos de Barrios Altos y la Cantuta.
-No cometió incumplimiento de deberes de función al abandonar su cargo ni agravió al estado con ello.
Bueno tal vez estaríamos exagerando un poco recitando todos los días esta lista. Pero lo más importante es que no nos olvidemos de repetir la frase más contundente del ritual:
"Fujimori es inocente. Él no sabía nada. Todo la culpa la tiene su ex asesor: el malévolo Dr. Vladimiro Lenin Montesinos Torres. El chino es inocente."
Créeme, te vas a sentir mucho mejor.