viernes, 27 de mayo de 2011

Ensayo sobre el vicio


Ahora ensayaré una defensa del voto viciado. Y dice así:


Efectivamente, yo también creo que tomar al voto viciado como una "lavada de manos" no es lo indicado, aunque tampoco anulo ello como derecho incuestionable de quien quiera hacerlo (tanto más si yo mismo dije, desde que salieron los resultados de la primera vuelta, que votaría viciado porque no quería ensuciarme las manos). Sin embargo, he de reconocer que mi postura con respecto al voto viciado va más allá de una frase salida de la rabia. Está basada más en una cuestión de principios, creo yo (algo que a muchos les parecerá ridículo, pero así es como pienso, pues): coherencia.


Sucede que uno no puede ir por la vida cambiando de parecer a cada rato. Eso no quiere decir que nadie tiene derecho a cambiar en el sentido de adquirir más sensatez y mejor juicio con el paso de sus días. Lo que quiero decir es que las personas deberíamos tener cuanto menos un par de principios inamovibles que rijan nuestro existir y a ellos debemos remitirnos siempre antes de realizar nuestras acciones, respetándolos y honrándolos, sin traicionarlos... al menos no mientras sea humanamente posible no hacerlo. Para mí la coherencia es uno de esos principios y, honestamente, trato siempre de respetarla, muchos no estará de acuerdo conmigo en ese punto, pero con franqueza les digo que sí lo hago.


Ahora bien, entrando ya al tema que me importa tratar les diré que nunca me han gustado las segundas vueltas. Y nunca me han gustado porque, por lo general, justamente sirven para traicionar a nuestros principios. Por ejemplo: en la primera vuelta, como electores, votamos por el candidato A, ese mismo que creíamos con las propuestas más acordes a nuestros deseos, con el plan de gobierno mejor estructurado y viable y cuya personalidad nos encandiló. Pero sucede que no ganó (valga decir: no pasó a segunda vuelta), de modo que nos decepcionamos, montamos en ira y lo primero que deseamos es largarnos de este país donde no salió elegido nuestro candidato. Y pasan a la segunda vuelta esos candidatos B y C, por quienes no hemos votado y, muy probablemente, por quienes jamás votaríamos (es más, tal vez hasta los aborrezcamos), peeero, piña pues, la voz del pueblo -que es la voz de dios- ha dicho que tenemos que elegir entre esos dos.


Bueno pues, con el pasar de las semanas superamos la tristeza, bajamos los niveles de calentura y -probablemente al darnos cuenta de que no tenemos una visa- decidimos quedarnos en nuestra tierra. Así que buscamos soporte en los que nos rodean, en su buena compañía y en sus sabios consejos, pero -¡horror!- algunos de ellos son simpatizantes de alguno de esos odiados candidatos A y B. Nos sorprendemos un poco y les preguntamos "¿en qué estabas pensando?", las explicaciones nos llueven y, ¡paf!, de un momento a otro los tenemos encima, presionándonos para que olvidemos nuestra decisión anterior, mandemos al tacho a nuestras razones o argumentos y le demos, de todas maneras, nuestro voto a quien desechamos en la primera vuelta. Para eso usan todo tipo de frases, claro. Algunas son bonitas, hay que reconocer ("así es el juego de la democracia"), pero otras son horribles como el demonio ("¡no juegues con el futuro del país, maldito indeciso, toma partido de una vez!").


Y de repente nos sentimos como caídos en una trampa, como encerrados en un círculo de gentes dispuestas a apalearnos sea cual sea la determinación que tomemos. La angustia se posesiona en nuestras aún frágiles mentes y el terror a fallarle a unos o a otros nos devora todos los días cuando hablamos o cuando escribimos. Es así que al rato olvidamos todo lo que antes pensábamos, perdemos la perspectiva real de nuestra opinión original, nos encontramos de repente alienados por las circunstancias y sin siquiera un poquito de lucidez para detener el mundo y decir: "un momento, ¿acaso yo no aborrecía a estos dos candidatos?"


¿Y cómo tener o desear tener ese rayito de lucidez si quizá ya es muy tarde? Probablemente ya hayamos dicho: "yo votaré por la salud democrática del país", después de haber dicho que esos dos candidatos eran el sida y el cáncer; o acaso ya habíamos afirmado: "votaré por la libertad", después de haber asegurado que esos dos candidatos representaban el oprobio; o probablemente ya hayamos soltado un: "soy un demócrata y votaré por la democracia" después de haber manifestado antes que votar por cualquiera de esos dos candidatos era votar por la dictadura... en pocas palabras: tal vez ya hayamos traicionado nuestro principio de coherencia.

¿Entonces cual es el camino para evitar caer en esa especie de hoyo culposo en el que nos sumergen casi siempre las segundas vueltas? Muy fácil: hacer uso de nuestro democrático y constitucional voto en blanco o viciado, olvidándonos por completo de las frases conminatorias, de las presiones chantajistas, de los sustos mediáticos y levantando nuestras voces sin miedo gritándoles a todos: “no me jodan, yo no creo en esos dos candidatos y no votaré por ellos”. Siéntanse seguros de que nuestra salud mental lo merece, nuestro bienestar físico lo merece e, incluso tal vez, nuestro porvenir como ciudadanos lo merece. Quién sabe, tal vez eso nos ayude a olvidarnos por completo de esa mala costumbre de ser incoherentes, nos quiete el nefasto placer de ser una sociedad mediocre que elige a sus representantes escogiéndolos de los afrechos, o dejemos ya de permitir que nos domine la exigencia de dos porciones y aprendamos a forzar nuevas elecciones. Creo que los principios bien ejercidos, son capaces de lograr eso y más.