sábado, 15 de febrero de 2014

El amor de María Elena.



Ya no me gusta mucho eso de encarnar la figura del Grinch en fechas especiales del año. Navidad, halloween y San Valentín dejaron de ser celebraciones que, en mis días de ociosidad y vagancia universidad y preparación profesional, servían para ensayar mis mejores frases contra la alienación, el capitalismo y la huachafería, y pasaron, más bien, a ser días en los que, además de mandar al diablo al trabajo, me dedico a disfrutar de los beneficios que traen: tener reunida a toda la familia en navidad, disfrutar de mis amistades en halloween y recordar a María Elena en San Valentín.
  
Ella, joven, guapa, vigorosa y llena de amor, es el objetivo ideal de un día como el 14 de febrero de todos los años. Para nosotros los peruanos, digo.

Y es que en el Perú los Días del Amor no siempre fueron lo que ahora son. Hubo una época en la que este país se desangraba debido a los ataques terroristas de un grupo que se consideraba lo suficientemente iluminado como para decir qué estaba bien y qué no. Una época en la que el sólo mostrar un pequeño desacuerdo con ellos significaba una súplica por una sentencia de muerte propia y de los que te rodeaban. Una época en la que demostrar un poco de amor no era más que “estar en contra del pueblo” y ser merecedor de un absurdo arreglo de cuentas.

En ese tiempo y en esa época, en medio de tanta insanía y sangre, vivió María Elena, mujer que se atrevió a hacer aquello que todos pensaban era una locura: demostrar un poco de amor. Un poco de amor por ella misma, por su familia y por su pueblo. Y justamente lo hizo un día 14 de febrero pero del año 1992. Aquel día, el grupo terrorista Sendero Luminoso había convocado a un paro armado, lo que significaba que nadie podía salir o acercarse a la calle. Lo hacían para demostrar un poder que no tenían, quizá para enrostrarle al gobierno su dominio sobre zonas populares y emergentes del país. No hacer caso a un paro armado era, justamente, desacatar los mandamientos todopoderosos del senderismo y hacer que aquel supuesto poder que querían mostrar se viera humillado por una población que no hace caso a las ordenes de un grupo de asesinos.

Y fue justamente lo que María Elena Moyano (Malena, para los amigos) hizo: arruinarles los planes a los senderistas. Planeó y efectuó una demostración más poderosa, más conmovedora y más legítima: Organizó a las mujeres de su comunidad y, con ellas, realizó una pequeña Marcha Por La Paz y lo hizo con sólo 50 personas, las mismas que, aunque temerosas, la acompañaron con la dignidad que exigía la seguridad de estar haciendo algo bueno y algo correcto. Aquella demostración no sólo significó un abierto enfrentamiento a una organización de muerte —que no dudaba en arrasar con un pueblo entero a machetazos si es que lo consideraba su enemigo— sino también la reafirmación de una comunidad sobre las bases de la democracia y la tolerancia como formas de vida. Una pequeña comunidad de gente que empezó de cero, que un 14 de febrero, al mando de una de sus líderes, representó a un país entero y dio inicio a la caída de la más sanguinaria organización terrorista aparecida en Latinoamérica, a pesar del alto precio que Malena tuvo que pagar un día después.

¿Se imaginan eso? Tener el coraje de aguantar el miedo y enfrentarse a una bestia que, de seguro, te va a matar. Sacrificarte por un ideal, dar la vida por lo que es correcto y, al hacerlo, no estar dispuesto a matar a nadie y luchar contra la dictadura del terror, por el bien, ya sea de allegados, vecinos, conciudadanos o compatriotas, por quien sea, pero por su bien, por su libertad y por su paz. Para mí, esa es la verdadera definición del amor. Creo que eso es lo que debemos celebrar cada 14 de febrero en el Perú, la vida de María Elena y su demostración cabal de sentimiento puro frente a lo que sea.

Y al final, hay tantas cosas que me gustaría decir sobre María Elena, tantas comparaciones que hacerle, tantas símiles que darle, tantas palabras bonitas y tantas frases bien estructuradas que tributarle, que sencillamente me siento abrumado por el propósito. Siento que no me alcanza la capacidad ni el talento para hacerlo. O tal vez simplemente sea que me produce temor el hacerlo y que nada de lo hecho sea suficiente. Sólo me queda decir que ella ha calado en mi corazón y que, si las circunstancias me lo exigen, he de tratar de seguir su ejemplo y no sólo brindarle un tributo mediante un blog que casi nadie lee, sino también haciendo lo que ella hizo a pesar de las adversidades. Porque si de algo estoy seguro es que ella, como muchos —como todos—, tuvo miedo con cada amenaza que le llegaba, sudó frío con cada atentado del que se libraba y la pensó más de dos veces antes de embarcarse en una empresa tan arriesgada como marchar por la paz frente a un paro de Sendero Luminoso. Y aún así lo hizo. Aún así, demostró que cuando la sociedad necesita de personas fuertes y decididas, de espíritus elevados y valientes, de un género que encarne lo bueno, lo correcto y lo debido, no deben importar los temores y las angustias, sino simplemente el amor, el verdadero amor. 



"La balearán, la dinamitarán... ¡y no podrán matarla!"

(Leyenda de uno de los carteles en el funeral de
María Elena Moyano el 15 de febrero de 1992)