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Obviamente
que cuando hacemos esos ejercicios, nunca nos atrevemos a confesar que en algún
momento de la carrera televisiva de la
Bozzo –sobre todo durante el periodo de cúspide de su éxito
en Perú– nos quedamos embobados frente al televisor mirando alguno de sus
programas, atrapados por la trama de alguna de sus historias de desdicha o
riendo a jeta partida por la gracia que nos causaba el nivel de humillación al que
algunos peruanos podían llegar por la necesidad de obtener unos veinte soles
con los cuales parar la olla familiar de un día. No, claro que no. Eso sería
como aceptar que formábamos parte de toda esa porquería. Eso sería como
autoinculparnos del delito de complicidad en la comisión de un crimen y, ¿quién
sabe?, incluso sería como excusar a la señorita Laura con el argumento de que
hizo lo que hizo porque nosotros le pedíamos que hiciera lo que queríamos… lo
que nos gustaba.
Así
pues, preferimos sentar nuestros enormes culos en la silla más cómoda y, desde
allí, soltar toda suerte de críticas aleccionadoras, cualquier cantidad de
sentencias moralizadoras y un montón de propuestas edificantes para la buena
salud de nuestros amados medios de comunicación nacional; intentando olvidar
así el triste y, creo yo, principal papel que ejecutamos en el desarrollo de
aquel drama titulado “Televisión basura”. Así pues, nos juramos y re-juramos
que aquellos tiempos ya pasaron, que aquella época ya murió y que nosotros ahora
somos una sociedad que ha madurado lo suficiente como para no volver a permitir
que un cáncer como ese vuelva a invadir nuestro seno. ¿Así, no? Pues, qué pena
peruanito, compatriota mío; tengo muy malas noticias qué darte.
Hace
algunos meses atrás un par de enamoraditos irresponsables (como casi todos los
enamoraditos universitarios y veinteañeros) se lanzaron a una aventura por el
Colca sin conocer bien la zona, sin tener un mínimo de preparación para ese
tipo de peripecias y, obvio, a espaldas de sus padres. Luego de unos días de
andar por aquí y por allá haciendo “trabajo de campo”, los mocosos se perdieron
(como es usual que suceda en esa zona con turistas que se la dan de muy
autosuficientes). La muchacha se descompuso y el muchacho avanzó unos pasos
para chequear el panorama y ver cómo le hacían para ubicarse o ser salvados.
Nunca regresó. La muchacha, entonces, decidió volver sobre sus pasos según lo
que se acordaba y al cabo de nueve días fue encontrada. Cuando le preguntaron por
el chico, ella simplemente dijo –en un primer momento– lo que su trauma le
permitía recordar y, posteriormente, lo que realmente sabía del asunto. Nada
raro, nada extraño. Dos turistas perdidos, uno encontrado y el otro aún
extraviado (probablemente ya fallecido). Algo a lo que los lugareños están sumamente
acostumbrados y lo que los especialistas siempre prevén y avisan, dada la
enorme experiencia registrada.
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Sin
embargo, eso mismo que toda persona con un poco de sentido común debiera deducir
al instante, desapareció para dar paso a algo raro, algo curioso y caprichoso.
De pronto aparecieron las primeras sospechas, algunas suposiciones, variadas
conjeturas. Alguien mostró su desconfianza, muchos manifestaron suspicacias,
tal vez, por ahí, no sé si tú o yo, soltamos ciertos prejuicios y malicias. Y,
claro, ante esas voces, hubo oídos que prestaban atención. Hubo radares que
identificaron las señales claras del público que ardía por respuestas
espectaculares, dramáticas y épicas. Quedó claro, entonces, que poco importaba
la lógica y el razonamiento lúcido frente al deseo casi junkie de la audiencia peruana por una historia con trama cercana a
la de una telenovela mexica producida por Televisa. Así pues, la muchacha
sobreviviente se volvió, repentinamente en la cuestionada aventurera “que regresó abandonando a su pareja en un
lugar inhóspito o, quizá, asesinándolo”.
En
ese punto, había llegado la hora de chambear duro y parejo para darle a la
gente lo que pedía a gritos. No por una cuestión de profesionalismo o ética,
no. Ese arduo trabajo se debía simple y llanamente al billete, a la plata, a
los cobres. Si los lectores querían un culebrón, pues había que ingeniárselas
para darles un culebrón. Si los televidentes buscaban una historia
extraordinaria, un misterio intrincado o una tragedia dolorosa, pues había que
fajarse y rebanarse los sesos para acomodar toda aquella situación en los
moldes respectivos. ¿Y cómo se hacía eso, ah? ¿Qué manual había que consultar
para lograr tan magnánimo cometido? Fue entonces cuando hizo su aparición,
nuevamente y sin que nadie se diera cuenta, el fantasma de nuestra siempre
despreciada –pero constantemente tomada en cuenta– Laura Bozzo, con un come back espectacular.
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El
segundo paso era hacer que los personajes hablen. Jalarles la lengua, como se
dice en el lenguaje popular. Hacer que nos cuenten lo que pasó, lo que pasa, lo
que le hicieron o lo que le hacen; para así tener un “testimonio de primera
mano”, una “fuente directa”. Algo parecido a lo que hacía una vieja esquelética
con papelito en mano hace unos años aquí en el Perú, es decir: una pequeña introducción sobre un
caso ante a un grupo de expectantes chismosos, explicando someramente de qué va
el asunto y, finalmente, gritando a todo pulmón su ya famosa frase de “¡Que pase la desgraciada!”. Una
muchacha aparecerá, entonces, entre aplausos hipócritas (y, en el peor de los
casos, entre abucheos furibundos), tomará su lugar, mirará directamente a su
interrogadora y esperará el primer petardo. Las preguntas, por supuesto, no
darán lugar a la clemencia. Serán duras y severas, así como ambiguas y
pendencieras; buscando siempre la respuesta altisonante para después acusarlas
de violentas, concisas para después desbaratarlas como sea, dubitativas para
reprocharlas con malicia y coléricas para escarnecerlas frente a todos. Este es
el paso que tomaron muy en cuenta los programas noticiosos de los domingos por
la noche. El primero de ellos –y el más cuestionado–, Punto Final, con su
conductor Nicolás Lucar, por ejemplo. Ellos fueron los primeros en lograr
hacerle una entrevista a la muchacha semanas después de su rescate. En aquella
la mostraron como una mujer que, definitivamente, ocultaba algo. Se fijaron en
la forma de su mirar, en el modo de mover sus labios, en las ojeadas rápidas
que le daba a sus padres antes de responder una pregunta, en lo entrecortado de
su hablar cuando mencionaba al muchacho, en su desesperación por hablar de su
hijo y hasta en las modulaciones de su voz cada que respondía. Todo eso servía
después como material de análisis de ¿especialistas?, ¿profesionales?,
¿expertos peritos?, no: para advenedizos “lectores” de los gestos, para bufones
psíquicos que “adivinaban” las reales intenciones de la muchacha, para latosos
conductores de programas de las once de la noche que “opinaban” sobre el
significado de este penoso caso.
Es decir, una copia fiel de las esperadas
rondas de “opiniones” del público en el set de televisión donde se grababa el talk show de Laura Bozzo. La
manipulación grosera de las palabras y de las circunstancias para dar pie a esa
despreciable costumbre que tenemos los peruanos de atacar en mancha, de linchar
en grupo y de ser, en el proceso, lo más anónimos posibles. Segundo paso: check!
El
tercer paso consistía en meter la mayor cantidad de imágenes en la cabeza de la
gente (porque ellos lo pedían, claro). Por eso es que nuestra entrañable
compatriota, ahora desterrada en México, fue bastante evocada durante los
últimos seis meses en el Perú, ya que fue ella quien nos enseñó los secretos y
la importancia de las de imágenes en la labor de mantener a un público cautivo.
Recordemos, sino, sus famosas “cámaras escondidas”, sus originales
“seguimientos”, sus muy sesudas “investigaciones” y sus chocantes “pruebas
gráficas” usadas para corroborar, sospechar, confirmar o desmentir las
versiones de sus panelistas. Sino que lo digan programas como Panorama con su
antológico reportaje en el que la cronista se mandó a “cubrir” la ruta de los
amantes y, sobre todo, a “vivir en carne propia” la experiencia de la muchacha para
así poder “corroborar” si es que, efectivamente, le había sido posible sobrevivir
y para “comprobar” si, realmente, estaba diciendo la verdad. O tal vez diarios
como La República
que, zurrándose en su fama de imparcialidad y objetividad, no dudó en publicar
en primera plana, el cadáver chorreado y momificado del muchacho una vez que
fue encontrado, Y, claro, ¿cómo no hacerlo si “una imagen vale más que mil
palabras”, si “cualquier cosa es válida con tal de llegar a la verdad”? Bullshit! Nada de eso fue hecho por esas
razones. Todo fue nada más que la aplicación cabal de un manual conocido desde
la década de los noventas a pedido expreso de los consumidores (o sea
nosotros). Tercer paso: check!
Y
la cereza que adorna el pastel, el broche de oro que hermosea esta prenda es aquel
viejo recurso de la manipulación de sentimientos rayana en la huachafería. Y,
como ya imaginarán, al puro estilo de la muchacha del ayer que inspira estas
líneas. Porque, hemos de saber que acciones como el llanto frente a cámaras,
confesiones en tono grave, musiquita triste de fondo y pedidos de cualquier
cosa con rostro compungido, no son algo nuevo en nuestros medios de
comunicación. Ya la tía Manson nos
llenaba de todo eso, allá por sus tiempos de gloria. Ya ella nos aleccionaba en
el arte de sentir pena fútil por el prójimo caído o, incluso, por el enemigo
arrepentido luego de haber sido víctima de la paliza que entre todos le dimos.
De modo que las imágenes de la mamá del muchacho perdido y accidentado en el
Colca, que habla lento y llora frente a cámaras por el hijo ido (ayudada por
las dulces palabras de los periodistas, claro), o el reportaje que Panorama
transmitió el 04 de setiembre, en el que se muestra un video casero de la
familia del muchacho, con imágenes conmovedoras de cuando todo era felicidad,
junto a un texto lacrimógeno del reportero, ya no deberían sorprendernos.
Primero porque, como señalé antes, no son algo nuevo y, segundo, porque
nosotros mismos queremos y buscamos todo eso.
4
Así
es querido compatriota, amigo lector. Tú que ahora te quejas por el mal trabajo
que hizo la prensa con este caso, tú que ahora te golpeas el pecho y exiges más
respeto hacia el dolor ajeno, tú que ahora mueves la cabeza cuando ves que el
diario Perú21 aún persiste en su campaña de sacar titulares cojudos, tú, sí, tú… tú te lo buscaste, ¿sabes por qué?,
porque en el fondo todo esto te gusta, es tu placer culposo, es tu naturaleza.
Puede ser que en público seas lo suficientemente hipócrita como para negarlo,
pero en tu fuero interno sabes que tengo razón. Sabes que todo ese rollo de “¡ay, la prensa basura, pof, pof!”, es
sólo un mecanismo de ocultamiento y de negación ante la evidencia de que eres
un bellaco que disfruta de la carroña, de la putrefacción y de la pestilencia
que acarrea la tragedia ajena. Porque, ¿sabes?, esos periódicos no tendrían
esos titulares si es que no los comprarías compulsivamente cada vez que los
ponen, esos pasquines no tendrían esas fotos si es que no los consumirías cada
vez que te despiertan el morbo, esos canales no darían cabida a programas
sensacionalistas si es que no te quedarías absorto mirándolos, dándoles altos
índices de rating y esos periodistas no harían un trabajo tan poco riguroso,
tan poco honesto y tan poco ético, si es que a ti no te gustaría el periodismo basura
y si es que no te agradaría tanto revolcarte en el lodo de la peliculina, al
igual que años atrás, cuando disfrutabas con deleite de la abogada de los pobres, porque, ¿sabes también que jamás hubiese
existido en la televisión peruana un personaje tan desagradable como Laura
Bozzo si que no hubiese tenido televidentes, si es que nunca hubiese llegado a
tener 60 puntos de rating, si es que a ti no te hubiese gustado como te ha
gustado tanto el caso de los dos muchachos que se fueron de aventuras por el
Colca y terminaron uno muerto y la otra traumada de por vida, verdad?..
Felicitaciones, compatriota, otra vez tuviste lo que querías.
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Hubieron más comentarios inbox que, supongo no debo mostrar porque por algo me lo enviaron de modo privado y, el día de hoy, aparecieron más comentarios, pero ya no tuve tiempo de agregarlos a este gráfico. Y bueno pues, me parece súper interesante lo que paso: primero que, como era de esperarse, la mayoría se espantó y escandalizó, reprobaron con dureza la foto y creo que si me hubieran tenido al frente me tiraban un cocacho; y, segundo, el único comentario realmente acertado fue el de una amiga que conocí hace años en Luoisiana. Ella, como es obvio, no estaba enterada del tema en absoluto por lo que su mente, libre de toda influencia informativa, sólo la llevó a decir: "Ella se ve taaaaan feliz de estar con un zombie guapo", a lo que yo le agregué: "Amanda, pon la cara del pueblo peruano en la cara de esa chica y tu comentario estará completo (quise decir 'certero', pero no me acordaba de la palabra en ese momento)". Y sí pues, siendo casi las diez de la noche del viernes 28 de octubre, el pueblo peruano hasta ahora parece estar muy feliz con su muerto exquisito].