Quiero ser un "rockstar". Siempre he querido serlo, y creo que lo seguiré queriendo. Es mi fantasía de vida. Aunque también quiero ser un súper escritor que venda millones de ejemplares, pero sin ser un puto de la literatura, es decir, ser más como un Gabriel García Márquez antes que una Stephenie Meyer o J. K. Rowlling. Pero también quiero ser un súper abogado que golpee y cambie al mundo con nuevas teorías y tesis revolucionarias sobre el derecho. Creo que también quiero ser un erudito de la historia, analizar los datos, conocer los contextos, ser un consultor inevitable para quienes quieran entender nuestro presente y modificar el futuro. Pero lo que más quiero es ser un "rockstar". Porque no hay nada más rico para el alma que adueñarse de un escenario y empequeñecerlo con un movimiento de brazos, con un cabezaso al aire o con un meneo de cintura. Porque no hay nada más delicioso para el ego que sentarse en la batería y, aún siendo el chico de atrás, poder impresionar a la audiencia con un innegable don para el compás, el ritmo y la sincronía. Porque no hay nada más poderoso en el mundo que ser un monstruo dotado con un irrepetible talento para escribir letras capaces de trascender el tiempo y, quizá, hasta el espacio.
El deseo de ser un "rockstar" me nació cuando era un púber que acababa de dejar la infancia y adoraba escuchar a Led Zeppelin, Deep Purple y Black Sabbath en una vieja radio negra que se la robé a la enamorada de mi hermano (hoy, mi cuñada) y sudaba a chorros en mi habitación de tanto moverme al ritmo de sus canciones, imaginando que yo era el cantante de esas megabandas. Pero también me di cuenta que la cosa no iba a estar tan fácil como quería, ya que no tenía en mi familia antecedentes de músicos que hubieran podido legarme algún gen que ayude a mi causa, ni tenía la formación teórico-musical que me señale el camino correcto a seguir y , lo que es peor, ni siquiera tenía una flauta en casa con la que pudiera crear mis primeras melodías. Pero aún así, quería ser un "rockstar". Tiempo después empecé a estudiar ingles y una de las primeras mieles que ese idioma me hizo disfrutar fue el hecho de poder entender, por fin, qué cuernos decían esos cantantes a quienes admiraba hasta el delirio. Sin embargo el tiempo fue pasando y mis gustos fueron ramificándose hacia otros estilos y sucedió un día que la adorable profesora de ingles que tenía en el instituto nos pidió que para el día siguiente llevásemos la letra en ingles y traducida al castellano de alguna canción que conociéramos y que nos guste. "Seguro que llevaste Stairway to heaven", dirán ustedes. Pues no. Por obvias razones la canción que llevé fue ésta, de mis ídolos de aquel momento: