lunes, 27 de enero de 2014

Tras El Fallo, a no fallar más.



Más allá de la alegría que debes estar sintiendo por lo del Fallo de La Haya y sin tratar de borrarte la sonrisa con la que dormirás esta noche debido a que, durante todo el día, has estado escuchando una y mil veces que le ganamos , por fin, en algo a Chile, debo decirte querido amigo, compañero, compatriota, que en medio de tanta algarabía no deberías olvidar algunas cosas muy importantes que te devolverán a la realidad miserable en la que vives nos ayudarán a comprender mejor este momento histórico para el Perú. De todas ellas, he visto a bien elegir solamente dos (ya queda en ustedes seguir buscando las demás... si se atreven).

Lo favorable de este fallo no afectará tu vida en absoluto, salvo que seas un magnate de la pesca industrial cuyos barcos ahora tienen cincuenta y un mil kilómetros cuadrados de mar extra para poder realizar su actividad extractiva. ¿No lo eres? Ya pues, este fallo no te cambiará la existencia ni para bien ni para mal. Si por ahí soñaste con hacer un viaje al sur, coger tu botecito y pescar anchovetas teniendo a las costas de Chile, y no a las de Perú, como vista de la orilla, lo siento, pero eso no será posible. Chile continúa teniendo la posesión  y propiedad de ochenta millas del mar que reclamábamos como nuestro. Además, así sea que nos hubieran dado la razón en ese extremo de nuestro pedido, ¿hubieras hecho realmente ese viaje al sur para pescar anchoveta? ¿Lo hubieras hecho aunque sea para darte el gusto de nadar en aguas que durante sesenta años estuvieron bajo el poder de Chile? ¿No? Ah, pues. ¿Lo ves? Este fallo no tiene relevancia alguna en tu vida. Incluso los tacneños, los realmente afectados por este fallo, no verán alterados sus días después de lo ocurrido hoy. El status quo se mantiene por ochenta millas, lo que significa que ellos seguirán pescando como antes, ni más ni menos, del paralelo, que dividía aguas peruanas de aguas chilenas, hacia el norte, nada hacia el sur. Escuché por ahí a alguien decir que, en realidad, este fallo sí podría cambiarnos la vida, si es que, ahora sí, hacemos del mar nuestra cuarta región, si invertimos más en pesca, si nos industrializamos para explotar los recuros naturales del pacífico peruano... Jajajaja, iluso.

La verdadera ganancia que nos deja este fallo no es el territorio marítimo, territorio que, ya dijimos, es algo que sólo le importa a un par de millonarios. La verdadera ganancia que hemos obtenido de todo este asunto es el cierre total de nuestra frontera con Chile, la misma que, a la vez, era la última frontera que nos faltaba cerrar, dejándonos así el camino completamente listo para poder, ahora sí, vivir en paz y buscar una integración real de ambos países (y no sólo de bla, bla, bla, como ha estado ocurriendo hasta ahora). Y mirando bien el asunto, esto sí que es algo realmente bueno que nos deja el fallo de La Haya y, sí, es algo que definitivamente puede cambiarnos la vida. Imagínense, por fin, podemos estar seguros que nuestros descendientes, dentro de cincuenta o cien años, ya no vivirán con la incertidumbre de preguntarse si les darán la razón o no en un diferendo contra los vecinos del sur o, lo que es peor, con la angustia de tener que pelear una guerra por causas fronterizas. No digo que el cerrar por fin las fronteras sea una completa garantía contra enfrenamientos, pero tampoco lo es un título de propiedad inscrita en Registros Públicos contra los litigios por un terreno, y aún así nos preocupamos por hacer todos los trámites necesarios para tener uno.

Finalmente, la experiencia nos enseña que las heridas abiertas son las más efectivas razones para vivir enfrentados y para odiar a los demás. Eso nos ocurría con Ecuador hasta que se firmó la paz definitiva con ellos. Intuyo que eso mismo ocurre ahora con Chile, siendo que, con éstos, tenemos muchas más razones para esperar que, ya, de una vez, este fallo histórico sane aquellas heridas y nos haga reconciliarnos. Quizá nuestra generación no será la que instituya completamente la paz entre ambos países. Todavía quedan entre nosotros dinosaurios que lagrimean por la oportunidad perdida de recuperar Arica y Tarapacá durante la dictadura de Velasco, todavía pululan por nuestras calles loquitos que creen que es un deber patriótico insultar a un chileno, todavía quedas tú que exacerbas tu xenofobia en los estadios con cada clásico del pacífico (no lo niegues, maldito hipócrita) e, incluso, todavía se huele en el aire el hedor de las teorías conspirativas que hablan de un colonialismo económico chileno que nos maneja y nos controla. Sin embargo, confío en que lo vivido hoy va a acelerar el proceso de cura y, ¿quién sabe?, a lo mejor dentro de poco termino tragándome mis anteriores palabras... espero que así sea.