Está bien. Acepto que me dejé llevar por la rabia y la cólera incontenta. Los resultados me causaron tanto abrumamiento que realmente monté en una especie de demencia post-elecciones. Eso me llevó a soltar ciertas estupideces que en un estado de ecuanimidad (los menos en mi vida) jamás hubiese emitido. Está bien: mea culpa. También fui parte de esa inmensa bola de cojudos que escribieron sin pensar y hablaron sin medir.
Creo ser, sobre todo, un demócrata. Sinceramente creo en un sistema donde todas las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de participación directa o indirecta que le confieren legitimidad a los representantes. Eso, como es evidente, me obliga a aceptar el resultado de las elecciones de ayer sin pestañear ni titubear. Jamás se me ocurriría, en consecuencia, pedir –como muchos– la intervención del presidente cometiendo un “fraude democrático” (¿?), o, lo que es peor: la intervención de las fuerzas armadas para impedir que uno u otro candidato gane las elecciones (eso ya ocurrió mucho en el pasado, siendo la oportunidad más cercana la de 1962, cuando los militares dieron un golpe para impedir la elección de Haya de la Torre a favor de Belaunde). La democracia, señores, se defiende en las urnas, no con un fraude o con un golpe.
¿Entonces qué hemos defendido ayer los peruanos? Ese es el punto. A mí, como al otro 50% del país, me jode que los candidatos que pasaron a la segunda vuelta sean Ollanta Humala, un ex militar sin credenciales democráticos (lideró un levantamiento en el 2000 en la localidad de Locumba con la excusa de echar a Fujimori-papá del poder, dirigió y apoyó el levantamiento de su hermano en el año nuevo de 2004 en Andahuaylas en el que murieron varios policías y por lo que ahora Antauro Humala se encuentra en prisión, cuando fue candidato a presidencia por primera vez fue saludado, felicitado, arengado y abrazado por su líder y mentor Hugo Chávez, el presidente-dictador de Venezuela –y en estas elecciones también, sólo que, claro, al toque nomás deslindó con él, asesorado por sus nuevos y lujosos consejeros brasileños–, y por Evo Morales, el populista presidente de Bolivia, su plan de gobierno es el de corte más autoritario, populista, estatista e intervencionista que se haya visto en el Perú desde 1979) y Keiko Fujimori, la hija del dictador Alberto Fujimori, que tiene entre los que la rodean a la cúpula más dura del fujimorismo, que no ha deslindado con lo peor del gobierno de su padre (autogolpe, persecución, secuestro, asesinato y corrupción generalizada del estado) y que más bien ha exaltado y reivindicado todo eso. Sin embargo ese es el escenario, pues. Eso es lo que la mayoría decidió y así debe hacerse, con un estricto respeto de la democracia, la misma que, esperemos, esos dos señores (que, insito, a mi juicio no son nada demócratas) sepan respetar también. En resumen, no seré yo –y les pido que tampoco lo sean ustedes– quien patee el tablero, pida borrón y cuenta nueva, aliente cojudeces como el fraude o aberraciones como una intervención militar para cambiar el resultado.
¿Quién o quienes son los culpables de este desagradable escenario? En primer lugar Alan García, nuestro actual presidente. El fue “el salvador” de las elecciones pasadas (frente al mismo Humala de hoy). Todo el mundo votó por él dado el intenso temor y terror que causaba un candidato antisistema, y tuvo en sus manos, durante cinco años, la oportunidad para hacer olvidar a ese antisistema, para demostrar que el modelo liberal es bueno y es el mejor. Pero no. El gordo se dedicó a gobernar con el piloto automático en el sector económico, olvidando sus promesas de “cambio responsable” y zurrándose de miedo para hacer los cambios en educación, salud y seguridad, tan necesarios. Resultado: Ollanta Humala diciéndole a todos “¿Ya ven que este sistema no funciona?”, y el 30% de peruanos creyéndole la infamia; Keiko Fujimori rebuznando: “en el gobierno de mi padre te regalábamos tu colchita, tu escuelita y vencimos al terrorismo”, y el 20% de peruanos añorando ese populismo.
¿Y la reducción de la pobreza al 30%? Ese es un dato que, a lo menos en elecciones, pasa totalmente desapercibido, tanto más si el “no se siente” se repite hasta el hartazgo y el presidente se dedica a inflamarlo hasta niveles de ridiculez (¡es un 30% de pobres, señor García!). En resumen: puya para Alan García, quien creyó que pasar a la historia consistía sólo en “no cagarla esta vez”.
Ahora bien, reconocimientos y meas culpas de lado, tengo algo qué decir sobre algunos puntos de esta campaña;
1.- En este país, o falta grandeza de espíritu, o faltan huevos. Así de simple. ¿Cómo es posible que Castañeda Lossio, el último de la fila, el perdedor anticipado, el solitario y sin amigos, no haya tenido la inteligencia (si no el honor) de desistir de seguir en carrera a favor de uno de los otros candidatos moderados? Ese 10% de votos desperdiciados eran fundamentales para salvarnos de esta catástrofe, caray. Y de Toledo ni qué decir, ya que, aún sabiendo que le era difícil alcanzar a PPK –e imposible alcanzar a Fujimori–, simplemente prefirió seguir en carrera, talvez alucinado con el apoyo de Mario Vargas Llosa o tal vez empujado por sus postulantes al congreso. Un completo revés en lo que a responsabilidad democrática se refiere. En el futuro, si Fujimori se convierte en autócrata como su padre, o si Humala hace del Perú otra república bolivariana, tenemos que recordar bien las caras de Castañeda y de Toledo (que no son difíciles de olvidar, dicho sea de paso).
2.- Contrario a ello debo reconocer y admirar una de dos cosas: o la repentina capacidad de unidad de la izquierda peruana como para haber convenido en empujar el carro de Gana Perú, o su aterradora naturaleza de oportunistas irresponsables. Es decir: o es que por fin aprendieron de los errores de su pasado y decidieron que, sueltos todos por distintos grupitos, no iban a lograr nada, o es que son unas miserables sabandijas que se cagan en la democracia con tal de lograr una cuota de poder de la mano de un autoritario militar como Ollanta Humala que en cualquier momento los puede traicionar, mandando al diablo todo su rollo de “lo hacemos por las clases populares”. Como ya se imaginarán, me inclino más por lo segundo.
3.- En ese sentido debo mencionar el gran estrés y la enorme decepción que me ha causado descubrir que muchas personas, a las cuales aprecio en verdad, son simplemente unos zopencos. La primera de ellas es, sin duda, la que más me jode y, a la vez, la que mejor resume el punto anterior cuando dice:
“Yo no soy humalista, soy de izquierda. Yo voy por las ideas, no por los individuos. […] Yo no voy a defenderlo (a Humala), sólo defiendo al proyecto. […] Puedo aceptar que hay un riesgo con Humala […]. Pero eso sí, hay un mayor riesgo de mantener el actual modelo”.
Los segundos y demás son simples rellenos del gran saco que es el desvarío intelectual y conceptual (en el que caigo yo también casi siempre). Son personas, personitas y personajillos que no necesariamente me generan algún tipo de rabia o bochinche, sino una especie de risa burlona cada vez que los trato, los escucho o los leo. Ejemplos claros: aquel que pregona por todos los vientos que es necesario votar por Humala en estas elecciones para darle su merecido a Aldo Mariátegui (¡!). Es decir, ojo peruano, las elecciones no son para elegir presidente, ni para optar por modelos de gobierno, sino para contradecir a un periodista que no piensa como nosotros. O aquel que vocea todos los días sobre los conflictos sociales al interior del país, despotricando contra el gobierno y contra el sistema hambreador e injusto… pero que no se pierde nunca los Días R Ripley y que, obviamente, se mantiene al día en sus pagos de su tarjetaza de crédito del Banco Falabella. Faltaba más, pues. O aquel que a diario, prensa en mano, emite juicios, opiniones y sentencias contra lo mal que están las cosas en un país que está en pleno crecimiento económico, sobre las taras de un gobierno pro yanqui, pro imperio, pro KFC… pero que bien guardadita tiene por ahí su visa americana y su pasaporte gringo, porque, claro, uno hay que combatir y minar al imperio desde adentro, pues, o, simplemente, hay que tener una vía de escape en caso las cosas se pongan feas ¿si o no, causita? O, en general, todos aquellos muchachitos que, a pesar de haber tenido una buena educación y formación universitaria, a pesar de ser –creo yo– lo suficientemente inteligentes y preparados, no pestañearon en apoyar y votar por Ollanta Humala porque “es lo políticamente correcto”, porque tienen “conciencia social” y porque deben demostrar “coherencia”, los mismos que hoy día, previendo lo que se avecina, se escudan en la frase (políticamente correcta, por supuesto): “No ganaron los ignorantes, sino los ignorados”, como tratando, inconcientemente talvez, de tener desde ya un pretexto para el futuro.
4.- Con respecto a esto de que quienes ganaron o quienes perdieron, les tengo una noticia a todos esos patitas que se llenan la boca con eso de que el pueblo ha decidido que se cambie el sistema: 65% de los peruanos no quieren que se cambie este. Qué ¿no se dieron cuenta? A ver:
Castañeda = 10% de los votos
Toledo = 15% de los votos
PPK = 20% de los votos
Fujimori (no me van a salir con que ella es antisistema) = 20% de los votos
Total = 65% de los votos
¿Quién perdió entonces?
Claro que eso no significa que no hayan ignorados por el sistema, claro que los hay. Sería un idiota si es que me pongo en el plan de decir que no los hay. Pero eso no se resolverá, como ya lo dije en otras ocasiones, destruyendo todo lo avanzado, sino exigiendo que el modelo sea mejorado y perfeccionado para que el crecimiento llegue a todos. Para eso tenemos que elegir autoridades que no sólo sean competentes en lo técnico, sino también en lo moral, y esa es la parte más difícil… la que ya no será posible elegir en esta segunda vuelta.
Por ahí me han estado preguntando por quien votaré en la segunda vuelta y, honestamente, sólo tengo una respuesta que darles: por ninguno de los dos. Votaré viciado y no por que prefiera ser un facilista más, lo hago por verdadera convicción. Francamente me abruma mucho el tener que elegir entre el mal mayor y el mal mayor. Ya me jodió demasiado tener que cambiar mi decisión original en la primera vuelta (iba a votar por Rafael Belaunde) y apoyar a Toledo (PPK me causaba nauseas mercantilistas), para que ahora, no habiéndose cumplido el cometido y, más bien, estando en el escenario temido, tenga que poner una marca en la foto o el símbolo de alguno de los dos candidatos que más odio y desprecio me generan. No obstante, no creo que eso de votar en blanco o viciado como consigna o movimiento funcione, ya que ambos candidatos, sólo con sus votos originales, sobrepasan el 50%, y para lograra que las elecciones sean declaradas nulas se necesita por lo menos el 66% de votos blanco o viciados. Así que, si de todas maneras uno saldrá elegido, prefiero que sean otros los que los pongan en palacio. Lo siento, pero en esta ocasión no quiero ensuciarme las manos.